En un pequeño taller, el vidrio cobra vida entre llamas que alcanzan los 1.200 grados. Allí trabaja Ángel, un joven soplador de vidrio que ha decidido dedicar su vida a un oficio casi desaparecido en España.
Ángel explica el proceso mientras manipula una varilla incandescente: calienta, estira y da forma al vidrio con la ayuda del fuego. Cada movimiento requiere paciencia y experiencia. “He roto tantas piezas que ya perdí la cuenta”, reconoce.
El oficio, más que soplar, combina técnica y delicadeza. Desde la creación de piezas sencillas hasta instrumentos de laboratorio como las probetas, cada objeto exige precisión milimétrica. Para fabricar una, primero se moldea el tubo, luego se corta con diamante y llama, se forma el pico vertedor y se somete a un proceso de templado, imprescindible para evitar grietas.
La pieza no está lista hasta que pasa por la cubicación: un proceso que garantiza medidas exactas para su uso en laboratorios, y que culmina con la serigrafía y el horneado. Solo entonces, el vidrio adquiere la resistencia y funcionalidad necesarias.