El último taller de máquinas de escribir de Madrid está en Retiro
- Antonio es el guardián de un oficio en vías de extinción
El traqueteo de teclas y el característico din-ding al final de cada línea no son solo sonidos; son la banda sonora de la vida de Antonio, la última persona que se dedica en Madrid a reparar máquinas de escribir de forma profesional.
En su pequeño local, Máquinas Montilla, ubicado en el número 12 de la calle de Narciso Serra, resiste como el guardián de un oficio en vías de extinción, una pasión que despertó en él hace más de medio siglo.
La historia de Antonio con estas máquinas es una herencia de familia. "Le conozco arreglando máquinas de toda la vida, en una habitación contigua a donde dormía yo. Ahí el hombre trabajaba y llevaba las máquinas a reparar", recuerda sobre su padre.
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Esa fue la escuela que lo formó y el legado que decidió continuar. "Me gusta bastante, llevo desde los 15, 16 años. Yo creo que soy el único que subsiste en Madrid ya", afirma con la autoridad que da saberse el último eslabón de una cadena.
A su taller, una cápsula del tiempo donde las décadas no han pasado, siguen llegando decenas de estas joyas mecánicas. Muchas llegan en un estado delicado: oxidadas, dañadas por inundaciones o simplemente agotadas por el uso.
Antonio les devuelve el alma con un proceso meticuloso. "Hay que limpiarlas, lavarlas en gasolina, darles un repaso de pintura, pulirlas y dejarlas a punto de nuevo para que funcionen otra vez", explica. Se trata de darles una segunda oportunidad, de rescatar reliquias del pasado.
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Sus clientes son tan particulares como su negocio. Como Carlos, quien ha acudido al taller para poner a punto una máquina de los años 50. La razón: el entusiasmo de sus hijas gemelas de 12 años.
"A las dos les encanta escribir ahí con las máquinas antiguas, y dicen que es algo muy distinto a lo que es habitual ahora con los iPad y con los ordenadores", comenta Carlos, evidenciando cómo estos objetos capturan la imaginación de las nuevas generaciones, encontrando un valor en la tangibilidad y la mecánica que lo digital no puede ofrecer.
Sin embargo, sobre el futuro de este oficio planea una sombra: la jubilación. Antonio reconoce con preocupación que no vislumbra un relevo. "No sé si habrá, yo desde luego no conozco a nadie que intente aprender o que tenga el mismo hobby que yo".
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Pero lejos de apresurar su despedida, su pasión es tan fuerte que la jubilación parece un horizonte lejano. "Seguiré porque es como hobby y disfruto, me gusta a mí el tema de darles una segunda oportunidad".
Mientras Antonio continúe en su trinchera de la calle de Narciso Serra, el clic-clic mecánico y el final din-ding seguirán sonando, asegurando que, por un tiempo más, estas reliquias del pasado no caigan en el olvido.
