La ciudad ha estallado en alegría con el inicio de las fiestas más castizas del verano: las fiestas de la Virgen de la Paloma, un evento que cada año convierte el agosto madrileño en una explosión de folclore, fe y diversión. Desde los Jardines de las Vistillas hasta la plaza de la Paja, las calles se llenan de música, trajes de chulapa y el inconfundible olor a rosquillas del Santo.
Música y ambiente en Las Vistillas
Como es tradición, los Jardines de las Vistillas se han convertido en el epicentro musical de las fiestas. Este año, el cartel no decepciona: Café Quijano, Pol 3.14 y Antonio Carmona son algunos de los artistas que harán vibrar a los asistentes con sus conciertos.
Las terrazas ya rebosan de gente brindando y disfrutando del ambiente. "La verdad que es una gozada quedarse en Madrid los que no podemos irnos de vacaciones", comenta un vecino entre risas.
El corazón religioso: la Iglesia de la Paloma
Pero estas fiestas no serían lo mismo sin su esencia devota. En la Iglesia de la Virgen de la Paloma, las misas comienzan desde las 7 de la mañana, con un momento culminante: la Misa Mayor presidida por el cardenal a la 1 del mediodía. Uno de los actos más emocionantes es la bajada del cuadro de la Virgen a manos de los bomberos, seguida de su veneración hasta las 7 de la tarde.
Plaza de la Paja: el rincón más castizo
Mientras, la plaza de la Paja se ha llenado de actividades infantiles, actuaciones folclóricas y puestos de limonada y rosquillas. El sonido de las salves a la Virgen se mezcla con las risas de los niños y el bullicio de los madrileños que no quieren perderse ni un detalle.
El traje de chulapa, protagonista indiscutible
Y, como no podía ser de otra manera, las calles se tiñen de mantones, claveles y pañuelos. "De pies a cabeza. El pañuelo, los claveles rojos para las casadas, blancos para las solteras, y el mantón para lucirlo. Hay que seguir las tradiciones típicas de Madrid", explica una chulapa orgullosa de su atuendo.
Quedarse en Madrid en agosto no es un sacrificio, sino un privilegio. Las fiestas de la Paloma demuestran que la capital sigue latiendo con fuerza, incluso en pleno verano, gracias a su alegría, devoción y sabor castizo.