La joya de Carlos III fueron sus caballerizas reales, en los Jardines de Sabatini. En el siglo XVIII aquí vivían 500 cabezas de caballos.
Además, Carlos III mandó traer desde Nápoles 80 ejemplares. Este era un lugar muy importante ya que era un símbolo del poderío del monarca.
Su arquitectura era tal que todo el mundo visitaba el lugar debido a su grandeza arquitectónica. Contaba con picadero, fragua, enfermería y hasta colegio para los hijos de los trabajadores.