Las fuentes de Madrid: los bares de la época

  • La relación entre Madrid y el agua se remonta a su fundación. Numerosos arroyos recorrían la ciudad y las fuentes eran el lugar en el que los vecinos se abastecían de agua. Pero también se convirtieron en un importante punto de reunión.
Foto: Redacción |Vídeo: Telemadrid

La relación de Madrid y el agua se remonta a su fundación (“Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son”). Y es que más de una veintena de arroyos y cauces atravesaban la ciudad y la abastecían de agua. Leganitos, Arenal o San Pedro eran el nombre de algunos de estos cauces, aunque el más importante eran el de la Castellana y el del Alto Abroñigal.

Mediante los qanats árabes primero y después gracias a los viajes de agua, los madrileños podían recoger y filtrar el agua desde el subsuelo para poder transportarla hasta la ciudad y disfrutar de su uso.

Pero una vez en la ciudad… ¿Cómo se recogía toda esta agua? Los aguadores eran las personas encargadas de traer y llevar el agua. Este gremio contaba con sus deberes y derechos y llevaban una chapa a especie de uniforme para ser reconocidos. Madrid llegó a contar en el siglo XIX con 920 aguadores, que trabajaban en unas 35 fuentes.

Para poder regular todo lo relacionado con la gestión de las aguas y su abastecimiento se creó en 1608 la Junta del Agua o Junta de Fuentes de la Villa de Madrid. “El precio del agua lo marcaba la unidad del cántaro”, nos explica el historiador Juan Carlos González. Además, las aguas se cobraban a precios distintos según su procedencia y calidad.

Existían dos tipos de fuentes: las reservadas para los aguadores y las de uso vecinal. En estas segundas el agua era gratis y cualquier habitante podía coger el agua libremente. Además, algunas fuentes contaban con un importante y ostentoso ornato, símbolo de la grandeza real que pretendía mostrar el poder de la Corona.

Juan Carlos nos acompañará para conocer algunas importantes fuentes que había en la ciudad y que abastecían a los habitantes, como la fuente de Endimión, en la Plaza de Lavapiés, que representaba a un pastor griego, nieto de Zeus, que se enamoró de Selene, la diosa Luna; la fuente de la Abundancia, frente al Mercado de la Cebada, adornada con unos osos de los que salía el agua; o la fuente de Santo Domingo, una fuente muy popular entre los madrileños (algunos incluso decían que tenía propiedades curativas), pero que tuvo un trágico final: la Venus que la coronaba fue decapitada.

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