La última mina británica cierra entre lágrimas de los trabajadores

La última mina de carbón subterránea del Reino Unido echó el cierre cuando los trabajadores de Kellingley Colliery (norte de Inglaterra) emergieron por última vez del subsuelo con el rostro ennegrecido y algunas lágrimas en los ojos.

La crisis económica de 2008 sacudió a una industria que llevaba décadas en declive y el desplome de los precios de las materias primas en los últimos meses ha dado la puntilla a unas explotaciones que han marcado la historia del Reino Unido desde la revolución industrial.

Pocos días antes de Navidad, la compañía UK Coal pagará doce semanas de sueldo como indemnización de despido a los últimos 450 obreros de un combativo sector que en los años 80 libró una cruenta batalla contra la exprimera ministra Margaret Thatcher, que forjó en ese enfrentamiento el mito de la "Dama de hierro".

"Hemos perdido toda una industria, un modo de vida. Nuestras comunidades han quedado devastadas en los últimos 30 años. Margaret Thatcher hizo un gran trabajo", comentaba al salir por última vez de la mina Stephen Walker, de 50 años.

"Este es un día triste. La geología tardó cerca de 30 millones de años en producir el carbón y nosotros hemos quemado gran parte en menos de cien años", decía por su parte Stuart Oliver, ejecutivo del sector.

La producción de carbón en el Reino Unido aumentó de forma dramática con el desarrollo de los primeros motores de vapor en la época victoriana y tocó techo en las primeras décadas del siglo XX.

En ese momento había cerca de mil minas en el país, que producían 187.000 toneladas de carbón al año y daban empleo a más de 700.000 obreros.

Todo parecía indicar que el negocio continuaría floreciendo una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando el laborista Clement Attlee, que sucedió a Winston Churchill como primer ministro, nacionalizó cerca del 20 % de la economía británica.

Las minas pasaron a ser propiedad del Estado junto con el Banco de Inglaterra, la red ferroviaria, las carreteras, los canales, la telefonía, el gas, los astilleros y la industria del acero, entre otros activos.

La bonanza económica y los avances técnicos, sin embargo, siguieron caminos imprevistos y pronto los trenes pasaron a estar impulsados por electricidad o combustible diesel, el gas del Mar del Norte ganó terreno y las importaciones de carbón barato comenzaron a pasar factura a la industria local.

El declive del carbón y la caída de los salarios en el sector hizo estallar en 1972 la primera huelga general del sector desde 1926, un paro masivo que obligó a cortar la electricidad durante varias horas al día en todo el país a lo largo de semanas.

La Unión Nacional de Mineros (NUM, en inglés) se hizo fuerte durante aquella huelga y aumentó su peso en una segunda confrontación dos años después.

Cuando Margaret Thatcher llegó al poder en 1979 dispuesta a mantener el pulso a los mineros a cualquier precio, ese sindicato fue el principal "enemigo" del Gobierno, en palabras de la primera ministra conservadora, que llegó a comparar el conflicto de la minería con la guerra de las Malvinas.

En 1985, tras un año de huelga, la NUM claudicó y volvió al trabajo sin haber logrado un acuerdo, un capítulo que en la práctica precipitaba la decadencia a la industria minera en el Reino Unido y anticipó su privatización, menos de una década después.

Tan solo un puñado de minas subterráneas en el centro de Inglaterra subsistían al cambiar de siglo y la última crisis económica acabó de socavar una industria imprescindible para comprender la historia reciente de las islas británicas.