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Lugares encantados de Madrid que puedes visitar en Halloween
- Entre las plazas y callejones de Madrid también se ocultan leyendas
¿Te atreves a descubrir los lugares más encantados de Madrid este Halloween? Prepárate, porque las calles de la capital guardan mucho más que siglos de historia y arquitectura majestuosa.
Entre sus plazas y callejones, donde el bullicio nunca cesa, también se ocultan leyendas, susurros del pasado y misterios que aún hoy ponen la piel de gallina.
La Casa de las Siete Chimeneas
A pocos pasos de la Gran Vía y la Plaza de Cibeles, en el barrio de Chueca, hay un palacete con más de 450 años que llama la atención por sus siete chimeneas.
Y porque en su interior se esconden leyendas que hablan de fantasmas, asesinatos, cadáveres desaparecidos, monarcas infieles e hijas bastardas.
Construida en 1574, en tiempos de Felipe II la casa fue ampliada a pedido del comerciante genovés Sebastián Cattaneo, época en que se instalaron las chimeneas que, en los mentideros madrileños, se decían que representaban los siete pecados capitales. O peor, que simbolizaban a los pecados de ese monarca. ¿Pero por qué razón?
Una de las leyendas dice que la casa fue un regalo de bodas de Felipe II a Elena, la hija de uno de sus monteros (organizadores de las cazas reales) más apreciados.
Tanta generosidad del monarca despertó las sospechas, y los rumores señalaban que la agraciada joven era la amante del rey, pero que por no pertenecer a la nobleza, no podían casarse.
Elena contrajo matrimonio con el capitán Zapata, quien al poco tiempo partió a las guerras de Flandes y murió en el combate de San Quintín.
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Desconsolada, la joven entró en una aguda depresión, y al poco tiempo falleció de pena. Pero sus sirvientes alertaron que el cadáver tenía marcas de cuchillo, y la muerte por tristeza derivó en sospechas de asesinato.
El único interrogado formalmente fue el padre de la joven, que para dar más tintes trágicos a la historia, amaneció ahorcado al poco tiempo en una de las salas de la casa.
Y si faltaban condimentos extraños, el misterioso se profundiza cuando el cadáver de Elena desapareció sin que nadie sepa quién se lo llevó ni donde se ocultó.
A partir de esos sucesos, las leyendas se bifurcan y entrecruzan. Una de ellas dice que Elena fue asesinada por encargo de Felipe II para evitar que en su estado de depresión revele la relación clandestina que tuvieron.
Otra afirma que la joven tuvo una hija, de la que nada se supo, y que fue eliminada para evitar problemas sucesorios.
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Al poco tiempo, comenzaron a escucharse historias de la aparición de una mujer vestida con una túnica blanca, que flotaba entre las chimeneas del tejado.
Con una mano sostenía una antorcha, y con la otra señalaba al Alcázar, la residencia de Felipe II. ¿Era Elena, o era la hija bastarda del rey? Nunca se supo.
Las historias de espíritus y la presunta responsabilidad del rey quedaron flotando en la residencia, que fue cambiando de dueño hasta que en el siglo XVIII fue adquirida por el marqués de Esquilache.
Cuando a este ministro de Carlos III se le ocurrió prohibir el uso de capa larga y sombrero de ala ancha la población madrileña se levantó en una furiosa protesta donde, entre otros desmanes, saquearon la Casa de las Siete Chimeneas.
Y si este noble salvó su vida, fue porque había huido a San Fernando de Henares, pero su mayordomo fue muerto por la turba.
Las trágicas historias en torno a la casa habrían quedado en el olvido, de no ser por dos hallazgos macabros. El primero fue a finales del siglo XIX, cuando en las obras de ampliación para albergar al Banco de Castilla se encontró el esqueleto de una mujer en el sótano.
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Junto a los restos había un puñado de monedas de oro, acuñadas en el siglo XVI, o sea, en los tiempos de Felipe II.
Este inesperado hallazgo reavivó las leyendas de la desafortunada Elena y de la supuesta hija bastarda, pero nunca se supo con certeza a quién pertenecía el cadáver.
El segundo descubrimiento fue en 1960, cuando en medio de nuevas reformas apareció el cuerpo de un hombre. ¿Acaso era el del pobre mayordomo acuchillado en el motín de Esquilache? Quién sabe.
Palacio de Linares
La historia de lo que hoy conocemos como Casa América tiene ecos de tragedia griega; un componente edípico (desde el punto de vista narrativo, no por sus implicaciones freudianas).
José Murga y Reolid, marqués de Linares y de aquí en adelante José, sería algo así como el equivalente a Yocasta: se enteró de su incesto tras la muerte de su padre.
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José le había preguntado a su padre si podía casarse con Raimunda de Ossorio y Ortega. El padre, contra lo que hubiera esperado José, se mostró contrario a la concreción del matrimonio y le pidió al hijo que se fuera a Londres a estudiar.
En algún momento de este proceso, el padre murió y el hijo se enteró mientras rebuscaba entre su correspondencia de que Raimunda era su hermana.
Lejos de disuadir su amor por Raimunda, los hermanos se casaron y le pidieron al Vaticano una bula papal que les permitiera vivir en castidad.
La bula fue emitida, pero los hermanos se saltaron el trato: tuvieron una hija, Raimundita. Terriblemente asustados y con el temor de que se creara un escándalo alrededor de ellos, asesinaron a la hija, quien empezó a vagar por los pasillos del Palacio de Linares.
Museo Reina Sofía
Antes de ser lo que todos conocemos, el Museo Reina Sofía fue un núcleo de reclusión de dementes y de niños abandonados.
Y esas cuestiones, bien pensadas, llevan a un pensamiento único: pocos sitios de Madrid han sido el escenario de tantísimas muertes.
Ataúlfo: el fantasma del emblemático Museo Reina Sofía
Prueba de la leyenda negra que arrastra este lugar es que distintos obreros que trabajaron en la creación de lo que hoy es el museo denunciaron la aparición de tres monjas en los jardines del lugar.
También hay gente que dice que el fantasma de Picasso deambula por el museo o que los ascensores suben y bajan en base a un criterio propio.
Pero el fantasma más célebre del museo, con permiso de Picasso, tiene nombre propio: Ataúlfo. De él se comenzó a hablar en la década de los 90, cuando los vigilantes del museo afirmaron que ocurrían sucesos inexplicables durante sus rondas nocturnas.
Decidieron realizar una sesión de ouija en el sótano para contactar con las supuestas presencias del edificio. Según cuentan las historias, el tablero de ouija les reveló que el nombre del espíritu era Ataúlfo, un antiguo paciente del hospital.
El espíritu advirtió de una desgracia inminente durante esa misma sesión. Poco después, un familiar de uno de los participantes falleció