En el barrio de Embajadores, el tiempo parece haberse detenido en Cuchillería Viñas. Allí, entre estantes repletos de navajas y tijeras, Carmen atiende el negocio con una sonrisa y una energía que desmienten sus casi siete décadas detrás del mostrador.
Para ella, esto no es un trabajo: "Esto es un hobby para mí, que me gusta, disfruto, que me contento con hablar con el cliente y me lo paso bien y me distraigo". Su historia es la de toda una vida dedicada al comercio.
Comenzó a ayudar con apenas 12 años en el negocio familiar que su padre abrió en 1914 y que ella ha mantenido casi intacto, preservando su esencia y tradición. "Mi padre era un hombre tan fantástico que hasta hacía de hombre anuncio en el metro, por la calle", recuerda con cariño.
Caminar por Cuchillería Viñas es como hacer un viaje en el tiempo. La prueba más tangible es una caja registradora que es toda una reliquia. "Lleva funcionado 115 años. Esta caja está en activo totalmente, aunque son pesetas, yo lo traduzco a euros y ya está", explica Carmen.
Pero la tradición no está reñida con la profesionalidad. Carmen conoce cada rincón de su oficio y lo demuestra cuando habla de su producto. "La cuchillería tiene que ir acompañada de un buen sistema de afilado", afirma. Y en su establecimiento no falta de nada. "Dentro de la cuchillería hay muchos artículos, como son las hojas de afeitar, los cortaúñas. Hay tijeras hasta para esquilar ovejas".
Este compromiso con la calidad y el trato personal ha forjado una clientela incondicional. "Yo llevo ya pues 50 o 60 años en Cuchillería Viñas. Yo siempre que tengo que comprar algo, me vengo aquí. Ya podéis ir por Madrid y recorrerlo todo, que nadie os lo va a explicar como Doña Carmen", asegura una clienta fiel.
Es precisamente ese trato excepcional, junto a la calidad de sus productos, lo que mantiene vivo este local. Carmen, con una vitalidad envidiable, ya tiene decidido su futuro: "Yo permanecerá aquí hasta que el tiempo me diga ya y lo que siento es no tener la mitad de edad para seguir". Su misión está clara: seguir vendiendo cuchillos hasta que la vida, y solo la vida, la jubile.