"Las minas del Rey Salomón", un safari en toda regla
LaOtra Sala Clásicos: El comentario de Juan Luis Álvarez
Esta película tiene un lugar de oro entre los grandes clásicos de aventuras del Hollywood de siempre por tres razones: por que es un filme apasionante, tremendamente entretenido y taquillero, candidato al Oscar al mejor del año y ganador de dos estatuillas, a la mejor fotografía -a la vista están sus logros- y al mejor montaje, muy adelantado para la época, porque puso de moda lo de irse a África a rodar y a sufrir calor, humedad y picotazos como poco y porque descubrió al mundo a dos actores británicos que harían historia: ella más que él. Una pelirroja Deborah Kerr de 29 años y atezado Stewart Granger de 36; ambos haciéndose hueco entre los peligrosos fangales de Hollywood. Granger tuvo la suerte de debutar en Hollywood -ya era todo un galán a ener en cuenta en el cine inglés en los años 40- dando vida a una leyenda: Allan Quatermain, protagonista de las novelas de aventuras de Henry Rider Haggard, imprescindibles para todo aficionado que se precie, junto a las de Salgari, Verne o Defoe.
Fue un personaje tan rentable y tuvo tal alcance que hasta Sean Connery lo homenajeó más de cien años después de su creación (La liga de los hombres extraordinarios). Su mejor aparición cinematográfica, aun hoy, la más emocionante, sigue siendo la de esta película, que pasa al cine respetando lo esencial, con un hilo argumental esencial: una joven contrata al aventurero Quatermain para que encuentre a su marido, desaparecido en lo más intrincado de la selva africana mientras buscaba las legendarias minas de diamantes del no menos mítico Rey Salomón.
A su paso van a encontrar sangrientas luchas tribales por tierra y agua y aldeas inquietantemente desiertas, ardientes y extenuantes arenas que ponene en peligro su salud, intrincadas y terroríficas cavernas donde cualquier cosa puede pasar y peligrosas aguas pantanosas que no se sabe qué pueden ocultar.
Encontrarán la senda de los elefantes y contemplarán la dureza y la explosión de vida que coexisten en un continente de interminable belleza. Pero también habrá momento para otras cosas: para la alegría y, sobre todo, para el amor. Hasta para un corte de pelo improvisado que ni Eduardo Manos Tijeras hubiera realizado con tanto estilo.
El productor Sam Zimbalist, al que debemos algunas de las mejores películas de romanos que se recuerdan, eligió al exquisito Compton Bennet - el de "El séptimo velo"- para que la dirigiera, pero no tardó en chocar con las mañas de macho alfa de Granger y se vio forzado a abandonar en favor de Andrew Marton, por otro lado más fogueado en el género de aventuras. El rodaje, itinerante como muy pocos en aquellos días, les llevó por el Congo, Kenia, Tanzania y Uganda, entre lagos de excepcional belleza y cataratas deslumbrantes. Puso a todos a prueba, porque no faltó detalle. Del mosquito a la serpiente y del calor pegajoso y sofocante a los Massai, a los que se retrataba por primera vez y que tras una celebración se vinieron arriba y la cámara acabó atravesada por varias lanzas y la actriz subida a un árbol temiendo por su integridad. Y eso que la Kerr nunca fue fácil de asustar.
Fue tal el éxito de esta película que se ha llevado al cine después dos veces más en versiones protagonizadas por Sharone Stone o Patrick Swayze que no estuvieron a la altura.