Isaac Luol Makol es uno de los 4.000 refugiados sudaneses, conocidos como Chicos Perdidos, que llegaron a Estados Unidos a principios de siglo, huyendo de la cruenta guerra civil que llevaba más de una década asolando su país.
Desconoce el paradero de su familia y amigos, que dejó en Sudán. Intenta sobreponerse a los recuerdos y las pesadillas, que le devuelven, una y otra vez, a su terrible pasado. Un día recibe una llamada inesperada. Alguien, de quien no creía volver a tener noticias, le pide que vuelva a Sudán del Sur. Isaac nos cuenta su historia.
Cómo, cuando era sólo un niño y aún respondía por su nombre dinka, Akhut Luol, se vio obligado a vagar, junto a su hermano mayor, Mawut, y una diáspora de huérfanos de guerra como él, hasta la lejana Etiopía. Cómo, por el camino, se vieron obligados a enfrentarse al hambre, la sed, las enfermedades y las fieras, mientras escapaban de las temibles milicias murajaleen, que estaban masacrando a su pueblo.
Nos cuenta, cómo ambos consiguieron reconstruir su vida en el país vecino hasta que, de pronto, este se volvió también hostil. Nos cuenta sus años en el Campo de Refugiados de Kakuma, en el norte de Kenia, donde conoció el amor por primera vez. Todo ello, siguiendo el rastro de una turbadora llamada.
Hijos de un país sin Dios es cruda, épica y desgarradora. Una historia de superación y supervivencia, narrada a un ritmo frenético, que engancha desde el primer momento y te empuja a pasar de página. Un texto sin concesiones, que, por momentos, te deja sin aliento