El Teatro Real abrió oficialmente sus puertas en 1850 en una ceremonia presidida por la reina Isabel II y la familia real, poniendo fin a un largo proceso de construcción que se había prolongado durante más de 30 años.
El proyecto, iniciado en tiempos de Fernando VII, quedó paralizado durante décadas por la falta de recursos económicos, hasta convertirse en uno de los grandes hitos culturales del Madrid del siglo XIX.
La inauguración fue un acontecimiento social de primer orden. A la llegada de la reina, el público lanzó papelillos de colores en señal de homenaje mientras sonaba la Marcha Real, en un ambiente festivo que simbolizaba el renacer de un espacio largamente esperado por la capital.
La vida en el teatro iba mucho más allá del escenario. El público acudía a ver y ser visto, a comentar y a relacionarse, y solo de manera secundaria a escuchar la música.
Los palcos funcionaban como una extensión del salón doméstico: se recibían visitas, se cambiaba de un palco a otro y no era extraño llegar tarde o marcharse antes de que terminara la función. Existía incluso un “palco de los sabios”, ocupado por los críticos más severos.
Isabel II, gran aficionada a la ópera, acudiría después con frecuencia a funciones ordinarias, ocupando habitualmente su palco de diario.
Las primeras representaciones no estuvieron exentas de polémica: el público protestó por la reducción de la iluminación y por la baja temperatura del recinto, no por comodidad, sino para poder lucir vestidos y peinados.