Vídeo: EVA S. CUESTA | Foto:Telemadrid
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Se cumple un año de uno de los episodios más negros en la historia reciente de España. El 29 de octubre de 2024, una DANA descargó con una violencia inusitada sobre el Levante, provocando una tromba de agua y barro que arrasó con todo a su paso.

La provincia de Valencia, la más castigada, vio cómo una riada imparable anegaba pueblos enteros, destruía viviendas y negocios, y se llevaba por delante 229 vidas, sepultando para siempre historias, proyectos e ilusiones bajo el fango.

En medio del caos y la desolación, surgió de inmediato una oleada histórica de solidaridad. Toneladas de comida y enseres, y una marea de voluntarios y servicios de emergencia, comenzaron a aterrizar en la zona. Entre ellos, varios convoyes partieron desde Madrid con un único objetivo: ayudar.

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Hoy, un año después, el recuerdo sigue vivo y las emociones afloran con la misma intensidad que aquella riada. Antonio, bombero de la Comunidad de Madrid; Miriam, supervisora del SUMMA 112; Lorenzo, supervisor de bomberos de la Comunidad de Madrid; y Alberto, médico del SUMMA 112, reviven aquellos días con la voz quebrada y un silencio que lo dice todo.

El impacto del horror: "Esto no es Malasia, esto es Valencia"

La crudeza de lo vivido aún les sobrecoge. "Es duro, eh. Como me he visto, yo estuve ahí y padecimos eso", declara Lorenzo, quien describe la escena dantesca: "Llegamos en lo peor. Los cuerpos flotando y demás. Todo el barranco que bajamos desde Requena, Chiva, hasta que llegamos a Benetúser, fue duro".

La incredulidad se mezclaba con la tragedia. "Pero cómo es posible. O sea, esto no es Malasia, esto es Valencia", recuerda haber pensado Alberto, confrontando la magnitud de un desastre que no esperaba encontrar en su propio país.

Un año después, Valencia recuerda a sus víctimas

Lorenzo detalla la impotencia: "Están en tu país, es tu gente. Tenías gente localizada que sabías que estaban en sus garajes, pero no había acceso porque la montonera de coches evitaba que tuvieras acceso al garaje, incluso los portales".

La otra riada, la que vino a construir

Sin embargo, junto a la riada destructora, nació otra, tal y como la define Antonio: "Hubo dos riadas en la DANA, la que destruyó y la riada que vino a construir". Una marea humana de ayuda que borró las diferencias.

"Tanta gente cruzando el puente como si fuera una película de batallas que, en vez de espadas, venían con escobas y palas, toda esa gente que venía y decía, dónde podemos ayudar", evoca Antonio.

Alberto coincide en la imagen: "Estamos acostumbrados a que llegas, piden una ambulancia y la ambulancia eres tú. Hay un incendio y los bomberos apagan el fuego. Y aquí veías como la gente intentaba hacer todo lo que podía por ayudar a los demás".

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Miriam, por su parte, se quedó con la uniformidad del barro: "No sabíamos quién era cocinero, empresario, estudiante. Allí todo el mundo iba con el mismo uniforme lleno de barro. Eso me impactó mucho".

Los sonidos que nunca se van

La memoria sonora de aquellos días sigue presente. "Por ejemplo, las bombas sacando agua de los garajes, tengo el sonido de cuando golpeábamos los cristales de los coches para ver si había alguien", afirma Alberto. "De ese ruido, del chapotear en el barro", añade Antonio. Sonidos que se grabaron a fuego en sus mentes, un eco perpetuo de la emergencia.

La fuerza que nace para ayudar

Partieron sin interés, solo con la determinación de servir. "Nosotros salimos de aquí con un convoy lleno de ganas de ayudar, de solidaridad. Te sale como una fuerza, como un coraje", afirma Miriam.

Esa misión iba también cargada de la responsabilidad de proteger a los suyos. "Tenemos la responsabilidad también de intentar que a nuestros compañeros de bomberos y de perros de rescate tampoco les pase nada y que todo el mundo vuelva a casa", explica Alberto.

Una sonrisa entre las ruinas

Al preguntarles con qué se quedan de todo lo vivido, la respuesta no es el horror, sino la luz que encontraron en él.

"Me quedo con las caras de las personas a las que se estaba ayudando y, a pesar de todo, esbozaban una sonrisa y decían gracias", dice Miriam, conmovida.

Alberto lo resume en una lección de humanidad: "Tú puedes dar un poquito para que haya alguien que pueda estar mejor".

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Hoy, el recuerdo de los 229 que no volvieron se entrelaza con el homenaje a quienes, como Antonio, Miriam, Lorenzo y Alberto, y cientos de anónimos, remaron a contracorriente para construir, sobre el barro, esperanza. La memoria, como su solidaridad, persiste.