En su momento, escribió John Dos Passos, la Gran Vía conducía al frente en línea recta.
Y se conocía en la guerra como la avenida de los obuses. Después se convirtió en un pequeño Broadway castizo, con sus rascacielos pero sin olvidar el jamón serrano.
Lugar de paseantes, de dinero y de escasez, todo confluye en esa desembocadura al mar humano que es la Gran Vía.
Umbral la pintó a las cinco de la mañana como la Gran Vía de Marte, con marcianos amarillos de plástico que riegan, friegan, barren, lavan, recogen la basura y se llevan la ciudad en sus volquetes cónicos y girantes».
Y Sabina la cantó al amanecer, "con dos de azúcar y croissant, el metro huele a podrido, carne de cañón y soledad. Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal".