Van en vehículos especiales, no pueden tocar nada y solo entran en las zonas donde no hay radiactividad. Son los turistas de Chernóbil, buscan emociones nuevas y conocer de primera mano lo que significa un desastre nuclear. Para vivir esta especie de turismo apocalíptico hay que pagar entre 100 y 300 euros, el precio asegura contemplar el escenario de la mayor catástrofe nuclear ocurrida hace ahora 25 años.
Un cuarto de siglo en el que nadie ha entrado en los 48 kilómetros que rodean la central nuclear. Los visitantes se encuentran con ciudades fantasma, como Pripyat, situada a solo 3 kilómetros de Chernóbil. Alli se puede entrar en la escuela donde libros y juguetes han quedado tirados por el suelo, testigos mudos de la huida de sus 49.000 habitantes.
El 26 de abril de 1986 la vida aquí se detuvo, su parque de atracciones, nunca inaugurado, ha quedado como el simbolo de una generación que perdió su infancia. Montaña rusa y coches de choque se oxidan en esta zona donde la radiactividad se disparó a niveles mortales.
Ocurrió mientras se simulaba un corte de suministro eléctrico, un ensayo mal planificado que desembocó en la explosión del reactor número 4. Miles de personas murieron, 350.000 fueron evacuadas y los daños en la salud hoy continuan.
Ahora el gobierno ucraniano ha anunciado que destinará los ingresos de esta nueva fórmula de turismo nuclear a construir un nuevo muro de contención en Chernóbil. El objetivo es que aquella tragedia nunca mas se repita.