El Manzanares una vez tuvo playa, estuvo a punto de ser un puerto marítimo y se llamó de otra manera
Cuando Madrid pudo tener un río navegable y otras historias del Manzanares
CARMEN M. TEJEDA
Si de algo tiene fama el Manzanares es de tener un caudal más bien escaso, lo que a lo largo de su historia ha dado para muchas bromas. Es un río que más que al agua lo que atrae es al sarcasmo y no hay autor insigne que se haya resistido a lanzar una pulla contra él, aunque, eso sí, con mucha gracia. Quevedo se refería al Manzanares como el “aprendiz de río” y Tirso de Molina le dedicó estos versos: “Como Alcalá y Salamanca tenéis, y no sois colegio, vacaciones en verano, y curso sólo en invierno”.
También Lope de Vega habló del Manzanares, con ocasión de la inauguración de un nuevo puente sobre el río. Preguntado por su parecer, cuentan las crónicas que lo dio de esta manera: “no voy a dar mi opinión, sino un consejo, señor corregidor, que la Villa de Madrid, una de dos, se compre un rio o venda el puente”.
El escritor argentino Ventura de la Vega decía que cuando llovía en Madrid, el río pedía a gritos un paraguas. Para Cervantes era “un río metafísico que sólo existe en la pluma de los poetas”. Y Alberti escribió: “¡Pobrecito río, donde solamente botan sus barquitas los chiquillos”.
Y como el Manzanares no respondía a las expectativas de lo que debía ser el río de una gran ciudad, muchos intentaron transformarlo. En varias ocasiones se intentó que fuera navegable e, incluso, se quiso construir en su ribera un puerto marítimo al que llegaran los barcos repletos de mercancías, directamente desde el mar.
El río que cambió su nombre
El Manzanares no siempre se llamó así, en realidad en tiempos antiguos era conocido como 'Guadarrama', nombre árabe que significa 'río del arenal'. El Duque del Infantado decidió, en el siglo XVIII, cambiárselo para que llevara el mismo de su posesión principal: el territorio conocido como ‘el Real de Manzanares’. 'Guadarrama’ se quedó en exclusiva para el río que actualmente conocemos como tal.
El río nace a 2.190 metros de altitud en Ventisquero de la Condesa, un nevero de la Sierra de Guadarrama de donde, en los tiempos en que los frigoríficos ni se imaginaban, se traía a Madrid en carretas el hielo que se usaba para conservar alimentos o con fines médicos. La zona pertenecía a Francisca de Silva y Mendoza, que entre otros cargos tenía el de Condesa del Real de Manzanares. De ahí el nombre del ventisquero.
En su recorrido pasa por parajes naturales protegidos como la Pedriza, Reserva de la Biosfera, o históricos como el Castillo de los Mendoza en Manzanares El Real. Y cuando llega a Madrid, por mucho que su cauce haya aumentado, no es comparable al que lucen otras grandes capitales, como el Sena o el Támesis.
Un puerto marítimo en Madrid
Rodolfo II, emperador del Sacro Imperio Germano, dijo del Manzanares que era “el mejor río del mundo” porque era el “único navegable a caballo”. Cuentan que a Felipe II la broma le dio tan de lleno en el amor patrio que decidió convertir el río en navegable. Se puso manos a la obra y planificó una vía acuática para el transporte de mercancías desde Lisboa y Cádiz con un puerto marítimo situado en el mismísimo Manzanares.
Encargó el proyecto al ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli que para demostrar la viabilidad del proyecto recorrió en canoa el trayecto entre Lisboa y Madrid. El plan consistía en unir las dos capitales desde el Tajo hasta el Manzanares, pasando por el Jarama. La obra era grande, para llevarla a cabo había que ensanchar los tres ríos. Dinero había de sobra, hasta que todos los recursos disponibles tuvieron que dedicarse a otra empresa más urgente: la construcción de la Armada Invencible. Cuando el mar se tragó los barcos de la “Grande y Felicísima Armada”, se llevó también a las profundidades los sueños de un puerto marítimo en el Manzanares.
Un canal navegable
El segundo intento para hacer del Manzanares un río navegable llegó un siglo después, en el XVIII. El matemático Luis Carduchi planteó a Felipe IV la construcción de un canal desde el Tajo hasta Madrid, aunque el rey no lo vio muy claro. El primer tramo, entre Puente de Toledo y el Río Jarama, se empezó a construir por iniciativa privada de Pedro Martinengo a finales del XVIII. Carlos III, mucho más atrevido en materia de obras públicas, terminó comprándolo pero no lo terminó. En total se construyeron 10 kilómetros y nueve esclusas.
El Real Canal del Manzanares
Más tarde Fernando VII retomó el proyecto y lo prolongó hasta Rivas cerca del Jarama, se acometieron grandes trabajos, se reforestaron las riberas, se construyeron más esclusas … y de nuevo el proyecto se abandonó por sus dificultades técnicas y los grandes recursos que requería.
El proyecto había sido muy ambicioso. Se proyectó un canal que debía unir la capital con Aranjuez y después dividirse en dos ramales. Uno de ellos en dirección a Lisboa, a través del Tajo y el otro hasta Sevilla conectando con el Guadalquivir. Una obra realmente ambiciosa.
En total se construyeron 22 kilómetros de canal, con 14 metros de anchura y tres de calado. Hoy se pueden ver algunos restos. En el 2011 las obras del AVE a Valencia desenterraron la quinta esclusa del canal.
Una isla en el Manzanares
El Manzanares tuvo una isla a su paso por Madrid. Y, aunque la profundidad de su cauce no llega para tanto, hubo un tiempo en que los madrileños pudieron contemplar el prodigioso espectáculo de un ‘enorme buque’ varado en el río.
En realidad no era un barco, aunque sí tenía forma de tal, sino un complejo deportivo con piscinas construido sobre una isla natural que existía cerca del Puente del Rey. Del proyecto se encargó, en 1931, el arquitecto Luis Gutiérrez Soto, que se inspiró en el Club Naútico de San Sebastián y quiso construir algo similar en Madrid.
La isla no era muy grande pero fue ampliada hasta alcanzar 300 metros de largo por 20 de ancho. Se levantó un gran recinto con 3 piscinas, dos exteriores y una interior, solarium, restaurante, gimnasio, bar... de todo. Estuvo en funcionamiento hasta 1954. Todo el recinto y la isla fueron eliminados en las obras posteriores de canalización del Manzanares y del nuevo sistema de esclusas.
Madrid sí tuvo playa
Madrid siempre ha tenido añoranza de la costa y sus playas y por un tiempo casi se convirtió en su igual. En el año 1932 se construyó la primera playa artificial de todo el país en la confluencia entre el Manzanares y el arroyo del Fresno.
Para la ocasión se levantó un embalse que recogiera el agua y la playa se convirtió en una realidad, con su arena y todo. Los madrileños acudieron a remojarse, toalla en mano y sombrilla bajo el brazo, como si estuvieran en la Costa Blanca. El bono de temporada (de mayo a octubre), costaba 30 pesetas para los hombres y 20 para las mujeres.
Con los años y, sobre todo, por la contaminación que acumuló el embalse, la playa se fue abandonando. Como vestigio queda el nombre de una vía madrileña: la “carretera de la playa".
Las lavanderas
El cauce del Manzanares si fue suficiente para las lavanderas. A finales del siglo XIX trabajaban en el rio unas 4.000 lavanderas y había casi un centenar de lavaderos. La mujer de Amadeo de Saboya, María Victoria, dispuso para ellas la creación de un 'Asilo de Lavanderas' donde podían dejar a sus hijos menores de 5 años mientras trabajaban. Es, posiblemente, la primera guardería de Madrid. El asilo se construyó en la glorieta de San Vicente y tenía un pequeño hospital de seis camas para atender a las lavanderas que sufrieran un accidente laboral.
Los lavaderos se situaban en las dos riberas del río entre el Puente de Segovia y el Puente de Toledo, proporcionaban agua caliente para la colada y cada mujer debía pagar un precio por un puesto en ellos, si no lo pagaban tenían que lavar directamente en el río donde el agua estaba fría.
Los lavaderos estuvieron en funcionamiento hasta los años 30 del siglo XX, dejaron de ser necesarios con la llegada del agua a las casas y las primeras lavadoras a los hogares más pudientes.