El Arco de Cuchilleros, uno de los accesos más icónicos a la Plaza Mayor de Madrid, está lleno de historia y leyendas que han perdurado a lo largo de los siglos. Situada entre la plaza de Puerta Cerrada y la Cava de San Miguel, formaban, junto con la travesía de Bringas y la Cava de San Miguel, la llamada Cava de Puerta Cerrada, por donde pasaba la antigua muralla cristiana.
Su origen se remonta al siglo XVII para servir como uno de los accesos a la Plaza Mayor tras el gran incendio que la destruyó parcialmente en 1790 y su diseño inclinado ayudaba a salvar el desnivel entre la Plaza y la calle de Cuchilleros. Su nombre proviene de la cercana calle de Cuchilleros, donde antiguamente se concentraban los talleres de cuchilleros que fabricaban y afilaban los cuchillos principalmente de los carniceros del Mercado de la Plaza Mayor.
Luis Candelas, el bandolero de Madrid
El Arco de Cuchilleros, y la calle del mismo nombre, está lleno de leyendas e historias. Allí se sitúa la cueva de Luis Candelas, el famoso bandolero madrileño, nacido en 1804 en el barrio de Lavapiés, que utilizaba las tabernas y cuevas bajo el arco como escondites para él y su banda, desde donde planeaban robos y repartían el botín. Según se dice, incluso tenía un túnel secreto que conectaba las cuevas con otros puntos de la ciudad. En 1837 fue condenado a garrote vil y ejecutado tras pedir clemencia a Maria Cristina de Borbón y serle denegada.
La historia de Luis Candelas comenzó en la calle madrileña de Santa María en 1804 donde nació, siendo primer hijo de Esteban Candela y María Rigada, que contaban con una carpintería en la calle de Calvario lo que les permitió dar estudios al hijo en los Reales Estudios de San Isidro. Estudiante, díscolo, conflictivo, provocador de peleas, fue expulsado del centro -cuenta la historia- tras responder con dos bofetadas a una que le propinó un clérigo.
A los quince años, Luis Candelas ya había pisado la prisión tras ser apresado por deambular por la Plaza de Santa Ana a altas horas de la madrugada. Y años después, volvió a la cárcel condenado a seis años de cárcel por robar dos caballos y una mula. En su vida no faltaban las mujeres y dicen que incluso de dedicó a vivir de ellas.
Tampoco faltaron los duelos. Uno de ellos lo tuvo contra Paco El Sastre, que luego sería su amigo y miembro de su banda que formó en 1835, con los que se reunía en La taberna del Cuclillo, en La Taberna de Jerónimo Morco de las calle de Mesón de Paredes, La Taberna de la Paloma en la calle de Preciados, la de "Traganiños", en la calle de los Leones junto a la calle de Jacometrezo y en la taberna de El Tío Macaco, en la calle Lavapiés.
Por entonces, Luis Candelas llevaba un doble vida: indiano adinerado y respetado de día, bajo el falso nombre de Luis Álvarez de Cobos, hacendista en el Perú; de noche, dedicado al robo de comerciantes adinerados y nobles del Madrid de entonces. De él se dice que era de carácter rebelde, ingenioso, atractivo y con un especial don para el disfraz, lo que le ayudaba a pasar desapercibido.
La última de sus amantes importantes, la de su perdición, fue Clara, muchacha de clase media y familia honesta, con la que se fue a vivir a Valencia, donde siguió robando alguna joya para vivir holgadamente.En esta época el rey ya había muerto, la Primera Guerra Carlista estaba en auge y los liberales tenían el gobierno. Fue entonces cuando cometió dos robos que serían su perdición.
Asaltó a la modista de la Reina en su taller, y al embajador de Francia en una diligencia. Tuvo que huir con Clara de la justicia, con la pretensión de llegar a Inglaterra. Ya en Gijón, Clara no estaba dispuesta a partir y de regreso a Madrid, fue detenido el 18 de julio de 1837 en el puesto de aduanas del puente Mediana situado en el camino real de Valladolid a Toledo.
Trasladado a Madrid, fue acusado por más de cuarenta robos, siendo siendo condenado a morir por garrote vil. Pidió clemencia a María Cristina de Borbón, pero le fue denegada. Murió el 6 de noviembre de 1837 con treinta y tres años ejecutado en la Plaza de la Cebada.
Con el tiempo, Luis Candelas pasó de ser un simple bandolero a una figura romántica y heroica, un símbolo del ingenio y la resistencia ante las injusticias sociales.
Pero al margen, de la historia de Luis Candelas, durante el Siglo de Oro, la zona adyacente al Arco de Cuchilleros era frecuentada por espadachines, pícaros, buscavidas y delincuentes, donde era habitual que en sus calles, rincones y recovecos corriera la sangre en frecuentes duelos o ajustes de cuentas.
La leyenda de la venganza del aprendiz
Aunque, una de las historias más curiosas es la leyenda de la venganza del aprendiz Diego, que trabajaba en uno de los talleres de cuchilleros, bajo la supervisión de su maestro Don Mateo, hombre de carácter severo y avaricioso, que obligaba al joven a trabajar largas horas sin apenas pagarle.
Un día, Don Mateo acusó a Diego de haber robado una daga de gran valor que había sido encargada por un noble. Pese a que Diego juró su inocencia, el maestro lo denunció a las autoridades, lo que llevó al joven a ser encarcelado y condenado injustamente.
Tras pasar años en prisión, Diego salió decidido a vengarse. Una noche, bajo el amparo de la oscuridad, regresó a la calle de Cuchilleros. Entró sigilosamente al taller de Don Mateo y, utilizando uno de los cuchillos que había fabricado en el pasado, lo asesinó. Según la leyenda, Diego dejó en el cuerpo de Don Mateo una nota que decía: "Aquí yace la injusticia. Pagó con su vida el precio de la mentira.".
Tras el asesinato, el taller de Don Mateo fue clausurado. Sin embargo, los vecinos comenzaron a reportar extraños sucesos. Se escuchaban pasos y golpes metálicos en las noches, como si alguien aún trabajara en el taller y algunos aseguraban haber visto la sombra de un hombre joven con un cuchillo en la mano, caminando por la calle.
El Arco de Cuchilleros también ha sido refugio y punto clave de la evacuación de los vecinos del lugar en los grandes incendios que afectaron a la Plaza Mayor.
La zona en la actualidad es reconocida por sus tabernas, muchas de las cuales sirven cocido madrileño, una tradición que data de los siglos pasados.