El presidente francés, Emmanuel Macron, afronta el examen del primer año desde su elección en el que ha hecho reformas a un ritmo frenético sin generar un frente de oposición sólido, pero ha asentado una imagen de que gobierna para los ricos. Desde que el 7 de mayo de 2017 dos tercios de los franceses que acudieron a las urnas le dieron su apoyo, algunos más para cortar el paso a la líder de extrema derecha, Marine Le Pen, que por adhesión a su programa liberal, Macron ha cumplido su promesa de sacudir un país al que se le había pegado el sambenito de irreformable.
Su primera gran batalla, más allá de la ley de la transparencia política, fue la reforma laboral que se llevó a cabo por un procedimiento exprés: después de una concertación sumaria durante unas semanas al comienzo del verano, el presidente más joven de la V República (40 años actualmente) firmó el 22 de septiembre su entrada en vigor inmediata recurriendo al decreto. El objetivo de ese texto, validado finalmente por el Parlamento a finales de febrero, era flexibilizar un código laboral francés al que la patronal y los inversores le acusaban de dificultar a las empresas, en nombre de la protección de los trabajadores, los ajustes a unas condiciones económicas cada vez más cambiantes.
La limitación de las indemnizaciones por despido improcedente, la posibilidad de negociar las condiciones de trabajo en el interior de las empresas al margen de los convenios sectoriales e incluso puenteando a los sindicatos tenía también un segundo objetivo de generar una imagen de Francia en el exterior de país atractivo para la actividad económica en un momento de repliegue nacionalista.
A eso mismo debía contribuir la política fiscal de un presidente que, de entrada -y gracias en parte a la recuperación económica- ha cumplido en 2017, por primera vez desde 2007, con el compromiso europeo de dejar el déficit público por debajo del 3 % del producto interior bruto (PIB), en concreto en el 2,6 %. También el presupuesto de 2018, el primero adoptado en su mandato, que como principales cambios integra una reducción de la fiscalidad del capital -un tipo único del 30 %, pero sobre todo la supresión del impuesto sobre la fortuna (ISF)- y la reducción de las cotizaciones de las empresas, combinado con aumentos de los impuestos indirectos.
Elementos suficientes para que haya calado una de las ideas que más ha lastrado su popularidad en los últimos 12 meses, la de que es un "presidente de los ricos" para el 72 % de los franceses, según lo constata el instituto demoscópico Odoxa. En una encuesta publicada ayer, Odoxa indica que un 52 % de las personas interrogadas tienen una mala imagen de Macron (es verdad que eran un 77 % al cabo de un año de presidencia para su predecesor, el socialista François Hollande), y que esa mayoría es todavía mucho más amplia entre las personas que se encuentran en la parte baja de la escala social.
Otro sondeo presentado por "Le Monde" constata que los electores han pasado de considerarlo un político centrista en el momento de la campaña en marzo del pasado año (5,2 en una escala de 0 a 10 de izquierda a derecha) a situarlo bien a la derecha actualmente (6,7). En eso no sólo ha pesado su política económica, sino igualmente la nueva ley antiterrorista que ha venido a dar carácter permanente a ciertas medidas de seguridad excepcionales.
También la política de inmigración, que teóricamente mejora el dispositivo de acogida para los demandantes de asilo, pero que refuerza el dispositivo para la entrada de inmigrantes económicos clandestinos y facilita su expulsión. La explosión en las elecciones presidenciales y legislativas de 2017 del sistema de partidos francés, con el hundimiento de las dos formaciones tradicionales de gobierno,
Los Republicanos a la derecha y, sobre todo, el Partido Socialista en la izquierda, ha bloqueado la emergencia de una oposición a sus políticas. En la calle, los diferentes colectivos que han organizado huelgas y protestas contra Macron no han conseguido atraerse el favor mayoritario de la opinión pública.
Y la izquierda radical de la Francia Insumisa no ha logrado hasta ahora unirlos a todos en la denominada "confluencia de luchas", pese a algunas manifestaciones multitudinarias como la de ayer en París, con varias decenas de miles de personas