Bruce Springsteen no regatea, no juega al gato y al ratón con su fiel público, no escatima éxitos ni esfuerzos sobre el escenario. Da siempre lo que se espera de él y cosecha triunfos seguros, como el que ha obtenido en su concierto en el estadio de Anoeta de San Sebastián, rendido a sus pies desde mucho antes de empezar.
La segunda actuación de la gira europea de The River Tour ha ofrecido lo que cabía esperar de Bruce Springsteen y su magnífica E Street Band: más de tres horas y media de entrega, electricidad y rock enérgico, su rock de siempre, sin riesgos -sus fans no los quieren- y con una gran dosis de profesionalidad.
43.000 PERSONAS
Suficiente para extasiar a las casi 43.000 personas que finalmente han llenado el estadio de Anoeta, cuatro años después de su última comparecencia en San Sebastián, una ciudad enamorada del músico estadounidense.
Todo de negro, con una guitarra acústica colgada de hombro y una amplia sonrisa, Bruce Springsteen ha tomado el escenario de Anoeta a las 21.10 horas al grito de kaixo Donostia, que ha encendido la mecha de un espectáculo de puro rock sin artificios envuelto en una escenografía discreta, que no ha ido más allá de las inevitables pantallas gigantes, necesarias para que el 70% de los asistentes de este tipo de macroconciertos se entere de algo.
Como únicos adornos, en la parte izquierda del enorme escenario, una bandera estadounidense, y en la derecha, como esto distaba mucho de ser Eurovisión, una ikurriña. Todos los aficionados estaban avisados de que el BosS había decidido cambiar el paso y en Europa no tocaría los dos discos de The River íntegros y en orden como ha hecho en los más de los 30 conciertos de la gira americana.
BAÑO DE MASAS
Ya en Barcelona dio las primeras pistas y, de nuevo en San Sebastián ha arrancado sin concesiones con uno de sus éxitos, una acelerada Working on the Highway, tras la que el Jefe ha aferrado su inseparable Fender Esquire para atacar No Surrender.
Tras My Love Will Not Let You Down, ha llegado el turno, ahora sí, de The River. Desde el principio, una a una, con la excepción Jackson Cage, e intercalando una invitada especial, Fire, una petición escrita en un abanico rojo que Springsteen ha interpretado en acaramelado dúo con su señora esposa, Patti Scialfa.
Para entonces ya se había dado el primer baño de masas al ritmo de la pegadiza Sherry Darling, tocado con un sombrero yankee de ala ancha, de los del Séptimo de Caballería, que ha recogido del público.
El crecendo emocional al que ha sometido al público canción a canción del mítico álbum doble -claramente vigente 35 años después- ha alcanzado su cima cuando el músico de New Jersey ha estremecido la noche con las primeras notas de su armónica en la eterna The River.
COLECCIÓN DE HITS
Con Point Black ha cerrado el tramo dedicado al venerado disco para transitar por terreno firme con una colección de hits como Darlington County, I'm Going Down, Waiting on a Sunny Day -cantada a medias con una niña a la que ha elevado en hombros-, Promised Land y, Because the Night, entre otras. Un repertorio infalible.
Para finalizar la primera parte de la actuación, Bruce ha vuelto a ser fiel a sí mismo y a sus incondicionales, y ha seguido su propia liturgia al pie de l a letra para regalar a sus seguidores uno de sus himnos ineludibles, Thunder Road, una canción monumental, grandísima, que nunca falla en su extensa colección. Y después, sin darse un respiro, la tremenda Badlands.
Ya con todas las luces del estadio encendidas, Springsteen ha abordado la última parte del espectáculo con sus bises habituales. Born in the USA, Born to Run, Glory Days, y Dancing in the Dark, entre otras, para poner el broche con el clásico Twist and Shout mezclado con La Bamba, un festivo recurso que emplea desde hace años para cerrar sus conciertos. O eso parecía, porque, cumplidas las tres horas y media, todavía ha tenido ánimo para un segundo bis con dos temas más.
A sus 66 años, el Boss ya no se menea, ni brinca, ni se tira por el suelo como antaño, pero mantiene intacta su voz -impecable toda la noche-, su capacidad de transmitir y una suerte de empatía universal que le permite conquistar sin condiciones a un amplio espectro de amantes del rock. Por eso llena estadios. Por eso es el Jefe.