Chocolate. En tabletas, onzas, bombones, dulces, a la taza, en fondue, en pasteles, e incluso como terapia corporal en balnearios. La mera mención del chocolate despierta los sentidos y segrega en el cerebro las célebres endorfinas del placer y la felicidad. La industria de la recolección del cacao mueve más de 6000 millones de euros al año. Sólo en Pascua se consumen alrededor de 80 millones de huevos de chocolate. Sin embargo, existe una cara oculta de este manjar, una verdad amarga que no es otra que la de la esclavitud infantil en la recolección del cacao en países como Costa de Marfil y Ghana.
“Chocolate: la amarga verdad” es un reportaje de la BBC que rastrea la pista de las redes que en estos países esclavizan a miles de niños, expuestos diariamente a productos químicos nocivos, niños que han perdido para siempre su infancia, que tienen que utilizar herramientas peligrosas y que no pueden ir a la escuela ni vivir con sus familias.
El negocio del cacao, originario del continente americano, experimentó una revolución cuando, hace ahora un siglo, los europeos concibieron la idea de plantarlo en África Occidental. El cacao es un cultivo que precisa unas condiciones climáticas muy precisas en cuanto a humedad, terreno y temperatura; dichas condiciones sólo se dan en una zona muy particular del planeta, a tan sólo diez grados de la línea del Ecuador. En esa franja, precisamente, están Ghana y Costa de Marfil. En dichos países, más de diez millones de personas dependen de la industria del cacao, de tal manera que sus gobiernos han obtenido prosperidad y beneficios hasta tal punto que el 70 por ciento del cacao mundial procede de allí. Sin embargo, ello implica la necesidad de mano de obra barata; demasiado barata: al norte se encuentra Burkina Faso, uno de los países con renta per cápita más baja del mundo; así, el tráfico de niños desde este país hacia los vecinos países del sur es una dramática realidad. Cada año, desaparecen miles de niños de Burkina Faso; niños que son conducidos como mercancía de contrabando para trabajar en los cultivos de cacao.
“Chocolate: la amarga verdad” ha entrevistado a madres de niños que han sido secuestrados. Madres que son demasiado pobres para hacer nada por sus pequeños; madres que no pueden viajar a los lugares de esclavitud donde sus hijos -de poco más de seis años- trabajan durante todo el día, pertrechados únicamente con un machete. Un equipo de la BBC ha viajado a las aldeas cercanas a las plantaciones de Ghana donde trabajan estos niños esclavos: se les distingue fácilmente del resto de los niños oriundos porque no hablan el mismo idioma, no van a la escuela y tienen unas condiciones sanitarias precarias que debilitan su salud al extremo. Sin embargo, hay una ley del silencio entre los lugareños, muchos de los cuales están relacionados de una u otra forma con las redes de tráfico; si hablaran, podrían acabar en prisión.
El documental de la BBC investiga cómo las grandes marcas de chocolate se hallan en una situación complicada; por un lado, tratan de ceñirse, en la medida de lo posible, a criterios de comercio justo. En principio, los grandes exportadores que les suministran se ajustan a la legalidad que exigen los trámites burocráticos; el problema surge con los pequeños exportadores, que cada vez son más; ahí es donde se pierde el rastro limpio del cacao, donde se entra en el espinoso terreno de la esclavitud infantil.
“Chocolate: la amarga verdad” muestra la milagrosa liberación de niños que han estado trabajando como esclavos en plantaciones de cacao y el emocionante reencuentro con sus familias. Paradójicamente, muchos de estos niños esclavos, a pesar de que han estado durante años recolectando semillas de cacao, nunca han probado el dulce sabor de una tableta de chocolate en toda su vida.