Las personas infectadas por el virus corren mayor riesgo de desarrollar una serie de afecciones neurológicas durante el primer año posterior a la infección, que van desde los accidentes cerebrovasculares a problemas cognitivos y de memoria, depresión, ansiedad o migrañas, según un nuevo estudio, publicado en la revista 'Nature Medicine'.
Este análisis exhaustivo de datos sanitarios federales de Estados Unidos realizado por investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington en San Luis y del sistema de atención sanitaria de Asuntos de Veteranos de San Luis, revela además que el cerebro post-COVID se asocia con trastornos del movimiento, desde temblores y contracciones musculares involuntarias hasta ataques epilépticos, anormalidades de la audición y la visión, y dificultades de equilibrio y coordinación, así como otros síntomas similares a los que se experimentan con la enfermedad de Parkinson.
"Nuestro estudio proporciona una evaluación completa de las consecuencias neurológicas a largo plazo de la COVID-19", resalta el autor principal Ziyad Al-Aly, epidemiólogo clínico de la Universidad de Washington.
"Los estudios anteriores han examinado un conjunto más reducido de resultados neurológicos, sobre todo en pacientes hospitalizados y nosotros evaluamos 44 trastornos cerebrales y neurológicos entre pacientes hospitalizados y no hospitalizados, incluidos los ingresados en la unidad de cuidados intensivos", prosigue.
Los resultados muestran los devastadores efectos a largo plazo de la COVID-19. Estos son parte de la larga COVID. El virus no siempre es tan benigno como algunos creen". En general, el COVID-19 ha contribuido a más de 40 millones de nuevos casos de trastornos neurológicos en todo el mundo, afirma Al-Aly.
Aparte de tener una infección por COVID, los factores de riesgo específicos para los problemas neurológicos a largo plazo son escasos. "Estamos viendo problemas cerebrales en individuos previamente sanos y en aquellos que han tenido infecciones leves", señala Al-Aly. No importa si eres joven o viejo, mujer u hombre, o cuál es tu raza. No importa si has fumado o no, o si has tenido otros hábitos o condiciones poco saludables".
Pocas personas en el estudio fueron vacunadas para COVID-19 porque las vacunas aún no estaban ampliamente disponibles durante el período de tiempo del estudio, desde marzo de 2020 hasta principios de enero de 2021. Los datos también son anteriores a las variantes delta, ómicron y otras de COVID.
Un estudio anterior en 'Nature Medicine' también dirigido por Al-Aly encontró que las vacunas reducen ligeramente, en aproximadamente un 20%, el riesgo de problemas cerebrales a largo plazo. "Definitivamente es importante vacunarse, pero también es importante entender que no ofrecen una protección completa contra estos trastornos neurológicos a largo plazo", advierte Al-Aly.
Los investigadores analizaron unos 14 millones de historiales médicos no identificados de una base de datos mantenida por el Departamento de Asuntos de los Veteranos de Estados Unidos, el mayor sistema sanitario integrado del país. Los pacientes eran de todas las edades, razas y sexos.
RESULTADOS NEUROLÓGICOS
Crearon un conjunto de datos controlados de 154.000 personas que habían dado positivo en la prueba de COVID-19 en algún momento entre el 1 de marzo de 2020 y el 15 de enero de 2021, y que habían sobrevivido a los primeros 30 días después de la infección.
Se utilizó un modelo estadístico para comparar los resultados neurológicos en el conjunto de datos de COVID-19 con otros dos grupos de personas no infectadas por el virus: un grupo de control de más de 5,6 millones de pacientes que no tuvieron COVID-19 durante el mismo período de tiempo; y un grupo de control de más de 5,8 millones de personas desde marzo de 2018 hasta el 31 de diciembre de 2019, mucho antes de que el virus infectara y matara a millones de personas en todo el mundo.
Los investigadores examinaron la salud del cerebro durante un período de un año. Las afecciones neurológicas se produjeron en un 7% más de personas con COVID-19 en comparación con las que no habían sido infectadas por el virus. Extrapolando este porcentaje al número de casos de COVID-19 en Estados Unidos, esto se traduce en unos 6,6 millones de personas que han sufrido trastornos cerebrales asociados al virus.
Los problemas de memoria, llamados coloquialmente niebla mental, son uno de los síntomas más comunes relacionados con el cerebro y con el virus de larga duración. En comparación con los grupos de control, las personas que contrajeron el virus tenían un 77% más de riesgo de desarrollar problemas de memoria. "Estos problemas se resuelven en algunas personas, pero persisten en muchas otras", asegura Al-Aly. En este momento, se desconoce la proporción de personas que mejoran frente a las que tienen problemas duraderos.
Curiosamente, los investigadores observaron un mayor riesgo de enfermedad de Alzheimer entre los infectados por el virus. Hubo dos casos más de Alzheimer por cada 1.000 personas con COVID-19 en comparación con los grupos de control.
"Es poco probable que alguien que haya tenido COVID-19 contraiga Alzheimer de la nada", precisa Al-Aly. "El Alzheimer tarda años en manifestarse, pero lo que sospechamos que ocurre es que las personas que tienen una predisposición al Alzheimer pueden verse empujadas por COVID, lo que significa que están en una vía más rápida para desarrollar la enfermedad. Es raro, pero preocupante", reconoce.
Además, en comparación con los grupos de control, las personas que tenían el virus eran un 50% más propensas a sufrir un ictus isquémico, que se produce cuando un coágulo de sangre u otra obstrucción bloquea la capacidad de una arteria para suministrar sangre y oxígeno al cerebro.
"Varios estudios realizados por otros investigadores han demostrado, tanto en ratones como en humanos, que el SARS-CoV-2 puede atacar el revestimiento de los vasos sanguíneos y desencadenar un derrame cerebral o una convulsión”, señala Al-Aly. “Esto ayuda a explicar cómo alguien sin factores de riesgo puede tener de repente un ictus".
NO INFECTADOS POR COVID-19
En general, en comparación con los no infectados, las personas que tenían COVID-19 tenían un 80% más de probabilidades de sufrir epilepsia o convulsiones, un 43% más de desarrollar trastornos mentales como ansiedad o depresión, un 35% más de experimentar dolores de cabeza de leves a graves y un 42% más de sufrir trastornos del movimiento. Estos últimos incluyen contracciones musculares involuntarias, temblores y otros síntomas similares a los del Parkinson.
Los afectados por COVID-19 tenían también un 30% más de probabilidades de sufrir problemas oculares, como visión borrosa, sequedad e inflamación de la retina, y un 22% más de probabilidades de desarrollar anomalías auditivas, como tinnitus o zumbidos en los oídos.
"Nuestro estudio se suma a este creciente conjunto de pruebas al proporcionar una relación completa de las consecuencias neurológicas de la COVID-19 un año después de la infección", subraya Al-Aly.
Los efectos prolongados de la COVID en el cerebro y otros sistemas ponen de relieve la necesidad de que los gobiernos y los sistemas sanitarios elaboren políticas y estrategias de salud pública y prevención para gestionar la pandemia en curso y elaborar planes para un mundo posterior a la COVID, recomienda Al-Aly.
"Dada la escala colosal de la pandemia, para hacer frente a estos retos se requieren estrategias de respuesta urgentes y coordinadas -pero, hasta ahora, ausentes- a nivel mundial, nacional y regional", concluye.