Miguel Ángel Moncholi
Se presentaba Jesús Enrique Colombo en la plaza de Las Ventas y el venezolano no defraudó. Su gran arma es la raza que le echa. Raza con el capote, en los lances de recibo y en los quites artisticos. Raza con los palos, al cuarteo, en los medios, de dentro afuera asomándose al balcón. "Déjenme solo", pedía Colombo y lucía con los rehiletes como el novillero que es y se quiere comer el mundo.
En novillero estuvo en el primero, manejable, ligando con la diestra, aguantando los parones con la izquierda que tras el susto del pinchazo y la entera saludó una ovación. Ppero el nacido en San Cristóbal de Venezuela tiene ambición y en el cuarto salió a por más. Le hacía hilo el de El Montecillo y se venía arriba el venezolano. Llegaba a la muleta el criado por Paco Medina algo bajo... y se cruzaba Colombo buscando el sitio, ganándole la acción. Se vino abajo el novillo y tras varios intentos a derechas e izquierdas remató por bernadinas, tan ajustadas que los "uys" brotaban sinceros de los tendidos. Había que jugársela de nuevo y como un rayo se lanzó el venezolano tras la espada. Se pidio con fuerza el trofeo. ¿Había mayoria de pañuelos? Pues aparentemente sí. ¿Era entonces faena de oreja...? No, no era faena de oreja, aunque sí de reconocimiento por el coraje y la garra derrochadas. Colombo dio una vuelta al ruedo, convencido de que en Madrid aún no le han visto.
Por su parte, Pablo aguado no se acopló con el segundo y se mostró voluntaroso con el quinto. Silencio y ovación con saludos. Y Rafael serna, sin ritmo en el tercero e inseguro, sin verlo claro en el sexto, escuchó silencio en los dos.