Con la pirueta política que ha culminado hoy, Pedro Sánchez mantiene su perfil de dirigente imprevisible y muy acostumbrado a provocar la sorpresa en los ciudadanos y en el arco político.Todo cabía. Porque Pedro Sánchez ya había conjugado el verbo dimitir. Como secretario general del PSOE, para no votar un gobierno de Mariano Rajoy y dejó el acta de diputado.
Pero volvió a hombros de la militancia socialista. La campaña del Peugeot le llevo de nuevo a Ferraz. Después la única moción de censura que ha triunfado en España le llevó a Moncloa.
Siempre con pactos. En 2016 firmó un acuerdo con Ciudadanos pero en 2019 el primer gobierno de coalición lo firmo con Podemos.
Pandemia, la Palma, Ucrania, y conflictos con Unidas Podemos y dentro del propio partido. Defenestró a Ábalos, Calvo, Lastra y a su asesor, Iván Redondo.
Por sorpresa, cambió 46 años de postura española sobre el Sahara, respaldando que fuera una región autónoma de Marruecos.
Hace un año, tras el fiasco en autonómicas y municipales, reacción inesperada con la convocatoria de elecciones generales.
No ganó, pero sigue gobernando en coalición por el apoyo de los independentistas.
Pese a posicionarse en contra, indultó a los líderes de procés, eliminó el delito de sedición y rebajó la malversación.
La amnistía está en tramitación. Con Bildu dijo que no iba a pactar, pero los gestos y los acuerdos se han multiplicado.
Una trayectoria llena de golpes de efectos desde el principio. Inesperado ganador de las primarias, la campaña del 2015 a las catalanas las hizo con una gran bandera de España de fondo, desaparecida ahora en los mítines del PSC.