“Que el cielo la juzgue”: un extraordinario drama de suspense
La Otra Sala cine clásico
¡Qué grande John M. Stahl! Aunque sólo sea por el gran melodrama que realizó en 1946 con el título “Que el cielo la juzgue”.
Al director de películas como “Obsesión” o “Imitación a la vida” que tampoco están nada mal, le salió un drama de suspense extraordinario con una de las villanas más encantadoras que dio Hollywood en sus años dorados. Una auténtica belleza capaz de retorcer la realidad según sus deseos, poseída hasta la locura por el demonio de los celos. El peligro acecha tras el rostro más hermoso que cabe imaginarse. La muerte anda de ronda cogida de la mano de Gene Tierney en este film.
Para disfrutar del impresionante drama de suspense que tenemos por delante os recomendamos que no admitáis interrupciones de ninguna clase. Las idas y venidas de esta hermosísima mujer de la que lo mejor que se puede decir es lo que marca el título del filme – “Que el cielo la juzgue”-, merecen la pena sin duda. Según, Martin Scorsese, por ejemplo, es, dentro del cine clásico, el filme que mejor ha retratado cómo los celos pueden corromper hasta el alma más pura o más bella. A Ellen Berent es exactamente lo que le ocurrió.
El objeto de su obsesión es un joven escritor de cierto éxito que está lejos de imaginar lo que pasa por los pensamientos de la mujer que ama. Que sea capaz de alejar a cuántos le rodean sin que se le ponga nada por delante y sean cuales sean las consecuencias. El peligro acecha tras el rostro más hermoso que cabe imaginarse. Y la muerte anda de ronda cogida de su mano.
Tomando una frase del Hamlet de Shakespeare, Ben Ames, escritor especialista en best-seller, le dio título a su obra maestra “Que el cielo la juzgue”. Para su adaptación al cine se contó con el director John M Stahl, maestro en este tipo de filmes. Aunque en un principio se le ofreció el papel principal a Rita Hayworth, fue Gene Tierney la que lo interpretó finalmente, consiguiendo la única candidatura al Oscar de su brillante carrera. La película – una de las más taquilleras de aquel año – consiguió otras 2 nominaciones – sonido y decorados - y el premio a la mejor fotografía.
La Tierney, considerada la mujer más bella de aquel Hollywood, domina la película de principio a fin. Aquella señorita de buena familia de NY que se empeñó en ser actriz con el consiguiente disgusto de sus padres, estaba en su mejor momento. La enigmática “Laura” la había convertido en una estrella de primer orden. Lástima que su vida personal estuviera ya encarrilada hacia el desastre. Casada por el modisto y play boy Oleg Cassini, las infidelidades de éste – entre otras con Grace Kelly -, la volvieron mentalmente inestable. El golpe definitivo fue tan desdichado que incluso sirvió para que a Agatha Christie le inspirara una de sus mejores novelas, posteriormente llevada al cine. Durante una actuación benéfica estando embarazada el beso de una admiradora le transmitió un extraño virus. Su hija nació con importantes problemas de desarrollo mental. Y así, mientras el mundo la admiraba y envidiaba, ella se hundía en la desesperación pasando de los brazos de Ali Khan a los de Spencer Tracy, para acabar manteniendo un sonado romance con John Kennedy, antes de que llegara a la presidencia.
Todo esto había minado su ánimo hasta el punto de que se presentaba en el plató de “La mano izquierda de Dios”, el último de sus papeles todavía destacados con los diálogos perfectamente memorizados y los olvidaba poco después.
Bogart la ayudó todo lo que pudo en cuanto se dio cuenta de que las señales de su enfermedad eran muy similares a las de su hermana Pat, que llevaba ingresada en una institución mental varios años. Repasaba con ella los textos hasta aburrirse y entretanto la conminaba para que se pusiera en manos de especialistas, hasta que la convenció. Pero antes de que pudiera hacerlo, sufrió una tremenda crisis nerviosa y justo al término del rodaje fue ingresada en un psiquiátrico durante un año y medio, donde fue tratada con electro-shock.
Logró superar sus problemas – incluso el escándalo que se organizó cuando fue descubierta trabajando como dependienta en una tienda de perfumes, hasta que se aclaró que formaba parte de la terapia - pero tras interpretar algunos papeles secundarios casi una década después, se retiró del cine definitivamente, pasando a formar parte del selecto club de los “juguetes rotos” de aquel implacable Hollywood.
Su brillo se había apagado para siempre, por lo que debemos disfrutar esta noche de su momento de gloria. Le duró poco pero fue espectacular.
Se halla rodeada de lo mejor de lo mejor de cuanto despachaba la Fox en aquellos días de gloria: Jeanne Crain, la inolvidable “Pinky”, negra de piel clara que quería hacerse pasar por tal interpreta a su aparentemente ingenua hermana. Vincent Price, elegante secundario habitualmente en roles secundarios, recibe aquí calabazas de la Tierney una vez más: como en “Laura”.
Y mención especial merece el apuesto Cornel Wilde, ex miembro del equipo olímpico de esgrima, descubierto por Laurence Olivier durante sus primeros pasos en el teatro y tuvo un cierto recorrido como galán en tecnicolor hasta que se pasó a la dirección. Se cuenta que era algo pudoroso y tuvo que repetir esta escena varias veces porque no reaccionaba bien ante los avances de la Tierney, que lo hacía tan bien que al final de cada toma el equipo la silbaba admirativamente. Para oprobio del recatado actor.
Podría hacer conseguido muchos más pero ganó el Oscar a la mejor fotografía que fue a parar a manos del gran Leon Shamroy, un maestro de la luz de paleta arrebatada, 18 veces candidato al premio de la academia que consiguió en cuatro ocasiones; la más sonada quizás la que premió su trabajo en Cleopatra en la que una vez más utilizó sus habituales tonos brillantes y una mirada siempre favorecedora para sus estrellas, pero con una técnica quizá más depurada.