Rafa Nadal ha sido el ejemplo de Carlos Alcaraz a todos los niveles, desde que era un niño hasta que tras vencer a su ídolo le defendió de una pregunta irrespetuosa.
De Nadal, y sobre todo de su familia ha aprendido que la humildad no se negocia: hay que abrir la puerta al utillero que viene detrás empujando un carro. Que la amabilidad con los fans es un deber, hasta el punto de dar prioridad a un niño asustado ante la multitud que le pide autógrafos.
Carlos tiene claro que una sonrisa nunca sobra, que la complicidad del público es clave y que la deportividad va antes que la victoria.
Es comprensivo y empático, también con el rival vencido, al que no hay que molestar con una celebración exagerada. Su compromiso no es solo individual. Por eso se jugó la temporada en los Juegos Olímpicos.
Pero claro, nadie es perfecto. Alcaraz no es inmune a la presión. Pero sí lo suficientemente humilde para lamentar un error de forma inmediata.