Protesta en Seúl, Corea del Sur, por el vertido al mar de aguas contaminadas tratadas de Fukushima | EFE
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El 11M es una fecha imposible de olvidar en Madrid, en España. Los atroces atentados de Atocha, Santa Eugenia, El Pozo del Tío Raimundo, la calle Téllez siguen vivos en la memoria y las cicatrices de muchos 20 años después.

Otro 11M, de 2011, se produjo un maremoto que provocó un tsunami que arrasó algunas zonas de la costa oriental de Japón. La devastación kilómetros tierra adentro fue terrible. Casi 16.000 personas perdieron la vida y cerca de 2.600 se dieron por desaparecidas. El daño inmediato fue tremendo.

La enorme ola golpeó la veterana central nuclear de Fukushima-Daichi, una instalación de los años 70, con seis reactores, calculada y construida para soportar desastres naturales en un país que registra terremotos frecuentes y con unas exigentes normas de sismorresistencia en la edificación.

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Pero no bastaron. Y las extraordinarias ondas del maremoto alcanzaron la instalación que ya previamente había desconectado los reactores al detectar el seísmo.

El resto ya es conocido. Las olas penetraron en el recinto atómico, inundaron las instalaciones de los generadores de emergencia, se pararon los equipos que refrigeran los núcleos y se desencadenó un grave accidente.

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Tres fusiones de núcleos, tres explosiones de hidrógeno y la emisión de radiactividad a la atmósfera durante al menos 4 días. La zona de evacuación se fue ampliando hasta unos 30 kilómetros alrededor de la central. Más de 150.000 personas fueron desalojadas.

Los técnicos y operarios de la empresa TEPCO, propietaria de la planta atómica, utilizaron millones de litros de agua para enfriar los reactores y detener la contaminación a la atmósfera pero ello conllevaba crear otro problema.

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Buena parte del agua utilizada, contaminada, fue posteriormente almacenada en grandes depósitos que poco a poco fueron llegando al límite de su capacidad. TEPCO, tras la autorización del Gobierno japonés y la supervisión de la Organización Internacional de la Energía Atómica, comenzó a verter el agua de estos depósitos en el mar en agosto de 2023. Previamente se había tratado para reducir el impacto de los residuos que aún pudieran quedar disueltos.

Parte de la población, los pescadores de la zona y países del Pacífico pidieron que no se llevaran a cabo los vertido. Finalmente arrancaron con una previsión de arrojar al mar unos 500.000 litros diarios de aguas tratadas de la central nuclear de Fukushima. La operación se mantendrá, en principio, hasta 2050.

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El plan B de almacenar tierra adentro este agua, solidificarla con hormigón y reducir así los elementos más radiactivos y de difícil disolución en el medio marino, fue desechado. La central de Fukushima alberga en sus alrededores más de 1.000 enormes depósitos con más de un millón del líquido contaminado tratado pendiente de verter al Océano Pacífico.