El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, entregó la Medalla al Mérito Constitucional a quienes integraron la Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios durante el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, y encarnaron así "la continuidad del Estado democrático".
Rodríguez Zapatero fue entregando una a una las medallas por orden de aprobación de los reales decretos, y se disculpó por no haber hecho ese reconocimiento muchos años antes, ya que diez de los integrantes de la Comisión han muerto antes de poder conmemorar los treinta años transcurridos.
El presidente elogió a quienes asumieron la función de Gobierno suplente cuando el presidente saliente, el aspirante a serlo, los titulares de cada ministerio y todos los diputados habían sido secuestrados en el Congreso.
A veces, dijo, "deberíamos tener menos pudor como país" para reconocer y ensalzar a los "héroes de la transición", actores de la democracia y la paz que España ha disfrutado por primera vez durante tres décadas ininterrumpidas.
Reconocer de dónde partió la idea de la reunión de la Comisión contribiría a hacer justicia a quienes en aquel momento "procuraban salvar sin dudarlo el orden constitucional y las instituciones democráticas".
Por ello subrayó que el Rey "la autorizó y comprendió su valor", el general Fernández Campo "abogó por ella", la idea partió de Jose Terceiro, subsecretario de Presidencia, que se lo propuso a Luis Sánchez-Harguindey, subsecretario de Interior, y éste a su vez a Francisco Laína, director de la Seguridad del Estado.
Esa Comisión "encarnó la referencia del poder civil en medio de un escenario de confusión y de miedo" y se erigió "en bastión y señal del Estado democrático" que los ciudadanos se habían dado con la Constitución.
Con ello contribuyó a que España dejara atrás a quienes contravienen el principio de que la fuerza "no es el poder que decide, sino un instrumento al servicio de la sociedad en su conjunto" y que por ello debe estar bajo el mando del poder democrático legítimo.
Frente a aquel grito pistola en mano "quieto todo el mundo", el presidente subrayó que en democracia nadie se queda quieto "por la mera imposición de nadie", como demostró poco después la "bocanada colectiva de aire cívico" recorriendo las calles de toda España.