Un año de la detención del pederasta de Ciudad Lineal

  • Madrid respiró aliviada tras el arresto de Antonio Ortiz

El 24 de septiembre de 2014 un suspiro de alivio recorrió Madrid. El depredador, como alguien definió al supuesto pederasta de Ciudad Lineal, fue detenido en Santander tras una intensa investigación de la Policía, que superó con éxito la presión de la alarma social que se generó en la capital.

Un año después del arresto de Antonio Ortiz, que se sentará en el banquillo para responder por cuatro agresiones sexuales a niñas de corta edad, el jefe superior de Policía de Madrid, Alfonso Fernández Díez, recuerda cómo vivieron los agentes y él mismo ese "examen".

Los ojos de toda la sociedad y, sobre todo, de los directores de colegios, padres y madres y vecinos de la zona donde el pederasta actuaba, pero también de políticos y administraciones, estaban puestos en la Policía, que aguantó bien la presión y las dudas que algunos llegaron a expresar sobre su capacidad para resolver el caso.

Madrid y su región, con seis millones de habitantes y un millón de población flotante, ha vivido todo tipo de situaciones, incluido el mayor atentado de la historia de Europa, pero nunca se había enfrentado a un pederasta que actuaba en serie y que, además, elegía a las víctimas más frágiles.

Cuenta el jefe superior cómo tuvieron que "coger el toro por los cuernos" y poner en marcha un operativo integral para actuar en tres frentes: la investigación, que llevaría a cabo un equipo selecto de agentes dedicados única y exclusivamente a esa tarea; la prevención directa en la calle, y la formación a padres y colegios. Y, por supuesto, el apoyo de todas las unidades.

"Se exigía una actuación rápida y partíamos de nada. Solo de una idea clara que compartíamos todos: no podíamos consentir que se produjera una situación de peligro para una niña más", rememora Fernández, quien resalta la buena respuesta de los madrileños, no solo desde la exigencia, sino también desde la colaboración.

Nunca dudó, pese a algunos, de la calidad y del compromiso del equipo policial. En una de las interminables jornadas de trabajo, una subinspectora seguía revisando a la una de la madrugada y con lágrimas en los ojos las grabaciones de las cámaras, relata.

Fernández le pidió que se fuera a descansar, pero ella le respondió: "Jefe, soy madre, tengo dos niñas y vivo en ese barrio. Ya se me pueden caer los ojos a mí, que este tema tenemos que sacarlo".

Pero la investigación no fue fácil y, además, tuvo que luchar contra otro frente paralelo: las filtraciones de datos que se publicaron en los medios y que podían interferir en las pesquisas. "Tuvimos que cerrar filas y salvaguardar al equipo investigador del exterior", relata Fernández.

Y en ese mes y medio que transcurrió desde que la Policía fue consciente de que se trataba de un delincuente "seriado" hasta la detención, el jefe superior, que pasó noches sin dormir, tuvo firmada en blanco su dimisión, que haría efectiva si se daba un nuevo caso.

No hizo falta rellenar esa renuncia ni que vinieran en ayuda de la Policía madrileña los mejores investigadores del mundo, como los del FBI, tal y como clamaron algunos. Lejos de eso, esa insinuación -que indignó al jefe superior, como él mismo confiesa- sirvió de acicate a los agentes, convencidos de que los "mejores investigadores del mundo estaban en España".

En ningún momento la Policía olvidó su labor en los otros dos frentes y de forma constante los agentes de Participación Ciudadana mantuvieron reuniones con padres, vecinos y colegios para formarles y tranquilizarles.

Al mismo tiempo, a los servicios de prevención no se les escapó cualquier conducta sospechosa que pudiera ser útil para la resolución del caso. Precisamente, eso les permitió detener a otros dos pederastas.

"La desesperanza social se mascaba. Algunos directores de colegio tuvieron la tentación de cerrar el centro. Tuvimos que pedir a todos que confiaran en la Policía y que recuperan la normalidad. Todo ello exigió mucho esfuerzo", continúa Fernández, quien admite: "Si hubiera habido otra víctima no sé quién hubiera aguantado; la presión ya era máxima".

Y mientras tanto, los investigadores iban hilando datos en un reto difícil que tuvo en el coche usado por el sospechoso un elemento clave a pesar de que cambió de vehículo porque la prensa publicó la marca.

Ligar el primer modelo con el segundo fue un trabajo laborioso en el que colaboraron las marcas de coches, las casas de compraventa, los depósitos...

Otro elemento clave fue la toalla de gimnasio que el supuesto pederasta sacó de su mochila en una ocasión. Y más detalles que finalmente lograron estrechar el cerco, algunos de ellos recogidos de las manifestaciones de las víctimas, a las que se les procuró interferir lo menos posible.

Pero Antonio Ortiz no estaba en Madrid. Se había ido de vacaciones a Santander. No las disfrutó mucho porque la Policía dio con él.

Una investigación de "chapeau", en palabras de Fernández, y una pequeña dosis de la "suerte" que dice siempre le acompaña, resarció a la Policía Nacional de Madrid de las dudas de algunos. Las que nunca tuvieron, según resalta, la entonces delegada del Gobierno, Cristina Cifuentes, y el director general de la Policía, Ignacio Cosidó.

Quizá para muchos el caso del pederasta haya caído en el olvido. No para el jefe superior de Policía de Madrid y para sus agentes, que sacaron matrícula en el examen al que fueron sometidos por una sociedad que, en los primeros días, agradeció a cualquier policía que pasara a su lado haber cerrado un caso que les tuvo en vilo todo el verano.