Marine Le Pen busca un rostro más amable para la ultraderecha francesa

Marine Le Pen recoge el testigo de su padre, cuatro veces candidato a la presidencia, y pretende alcanzar el Palacio del Elíseo poniendo un rostro más amable a la ultraderecha francesa, enfrentada a la animadversión de una mayoría de ciudadanos.

Su estrategia pasa por capitalizar el incremento registrado por el Frente Nacional en los últimos años, simbolizado en las presidenciales de 2002, en las que Jean-Marie Le Pen pasó a la segunda vuelta, y sumarle nuevos apoyos gracias a propuestas más blandas y digeribles.

A sus 43 años, esta abogada de profesión ha protagonizado una meteórica carrera en el seno del partido fundado por su padre, hasta sustituir al histórico líder en la presidencia el año pasado.

Para ello ha tenido que batallar contra destacadas figuras del partido, que le acusan de abandonar la ortodoxia ultraderechista tradicional.

Su mejor arma han sido los resultados electorales, que le han permitido ganarse el respeto dentro del Frente Nacional, aunque también ha provocado disidencias de algunos de los líderes históricos. Instalada en el norte de Francia, Marine Le Pen fue la única candidata de su partido en pasar a la segunda vuelta en las legislativas de 2007; en 2009 encabezó las listas de las Europeas, en las que obtuvo un buen resultado; y en 2010 logró el mayor apoyo de la formación ultraderechista en las regionales por detrás de su padre.

Para las presidenciales, los sondeos le sitúan en tercera posición, lejos de la segunda vuelta y sus expectativas electorales se han moderado con respecto a las que registraba hace un año, cuando las encuestas le colocaban incluso en cabeza del primer turno.

Marine Le Pen se aleja del discurso de su padre en los temas más polémicos, apenas habla de la Segunda Guerra Mundial, ni hace alusiones negacionistas, que a su progenitor le valieron condenas judiciales. Pero se muestra igual de dura que el fundador del movimiento en el tema de la inmigración, santo y seña de su partido, y en el soberanismo, con Europa como responsable de buena parte de los males de Francia.

La salida del euro, culpable según ella de la crisis financiera que atraviesa en viejo continente, es su principal propuesta en economía, donde pretende recuperar la soberanía monetaria para poder competir en igualdad de condiciones en el mercado mundial.

La incapacidad de la Unión Europea de detener el "tsunami migratorio", al que responsabiliza del incremento de la inseguridad en Francia, es su tema preferido de campaña, un mensaje que se ha visto fortalecido por la eclosión de Mohamed Merah, el asesino de Toulouse, autor de siete muertes en nombre de Al Qaeda.

"La punta del iceberg", repite Le Pen para criticar la "islamización" de Francia, visible para ella en la proliferación de mezquitas o de carne de animales matados con el rito musulmán. Partidaria del laicismo del Estado, Le Pen no duda en fustigar la pérdida de identidad cristiana de la sociedad francesa a causa del incremento de la inmigración.

Un discurso que le permite aglutinar al electorado más ultranacionalista pero que le genera una gran animadversión en el resto de la sociedad. Su padre ya lo comprobó en 2002, cuando se clasificó para la segunda vuelta y vio como todo un frente de partidos se asoció para cerrarle el paso en la segunda, en la que sólo obtuvo el 22 % de los sufragios, el resultado más bajo desde que el presidente se elige por sufragio universal directo.