El británico Andy Murray ha dejado el trofeo de Wimbledon en casa por primera vez en 77 años al derrotar en la final al número uno del mundo, el serbio Novak Djokovic, que claudicó ante el héroe local en Londres en tres horas y nueve minutos, por 6-4, 7-5 y 6-4.
El primer punto del partido, bajo el intenso sol que caía hoy al suroeste de Londres, fue toda una declaración de intenciones por parte de Murray, que ya no es aquel tenista inseguro que perdió tres semifinales consecutivas antes de clasificarse para su primera final de Wimbledon, hace un año (perdió ante el suizo Roger Federer).
Transformado, convertido en un ganador después de años en el papel de víctima, Murray aguantó con solidez los primeros intercambios con el serbio, que pasó más apuros de los previstos para defender su saque en el juego inaugural.
TENIS SÓLIDO
Aún con el encuentro de cara, el británico continúa sin ser inmune a la presión: en el clímax del primer set, tras romper el servicio de Djokovic, Murray cometió dos dobles faltas consecutivas que le obligaron a sudar más de la cuenta para defender su servicio.
Con todo, el tenis es un juego en el que hay tiempo suficiente para que el mejor se acabe imponiendo, a pesar de errores puntuales, y hoy Murray demostró más claridad que su rival.
El serbio fallaba demasiados primeros servicios como para poner en aprietos a su rival al resto, y acabó el segundo parcial desquiciado tras ver cómo Murray le remontaba un 1-4 en contra.
En medio de la tormenta, Djokovic se aferraba a cualquier detalle, y acabó abroncando al juez de silla por cantar una bola mala cuando ya había agotado sus opciones de reclamar el juicio del Ojo de Halcón, el sistema informático infalible que dicta al milímetro dónde ha botado la bola.
Murray, que ya derrotó al serbio en la final de Estados Unidos del 2012 y que va camino de convertirse en su bestia negra, se puso con dos sets de ventaja y a partir de ahí volvió a perder pie, como ya le había ocurrido en el segundo parcial.
El escocés veía la gesta a poca distancia y quizás por eso se mostraba demasiado precavido. Tenía miedo de dirigir los tiros a la línea y apuntaba unos palmos más adentro, donde era más difícil fallar, pero también donde Djokovic tenía mayores opciones de devolverle los tiros.
El serbio, sin embargo, tampoco estaba fino y acumulaba casi 40 errores no forzados a las tres horas de partido, una estadística que dejaba a Murray paso libre para consagrarse definitivamente como uno de los mejores tenistas británicos de la historia.