Iker Casillas digiere sus momentos más difíciles en el Real Madrid, con el respeto que le da volver al lugar del delito, el estadio Santiago Bernabéu, en el estreno en Liga de Campeones ante el Basilea, pero tirando de veteranía para encarar el reencuentro sintiendo plena confianza de Ancelotti.
Igual que la afición madridista silbó en su día a una leyenda como Alfredo Di Stéfano, exigió más a un fuera de clase como Zinedine Zidane y apretó a cada futbolista que ha marcado cada década de la historia del club, tras quince años en la elite llegó el momento de Iker Casillas.
DE OVACIONADO A ABUCHEADO
Lo significativo es que la afición estalló en su contra tras ser el segundo más ovacionado cuando su nombre sonó por la megafonía, después del portugués Cristiano Ronaldo, y por culparle de un tanto, el primero del Atlético de Madrid, en el que había jugadores de campo cuya cuota de responsabilidad era mayor y se desentendieron del marcaje a Tiago Mendes en el primer palo.
Cuatro meses después de conquistar el título más deseado, la Décima Copa de Europa, el clima de hostilidad que se respira en el Bernabéu extraña a los jugadores. Los malos resultados de pretemporada y sobre todo en el inicio de campaña -derrota en la Supercopa de España y en dos de las tres jornadas de Liga-, rescatan la máxima exigencia de un club de la grandeza del Real Madrid.
El público castiga la desgana y la falta de concentración, pero en el caso de Casillas es fruto de una semilla plantada hace tiempo. En la etapa más cruda de José Mourinho como técnico madridista se deslizó que Iker se había ganado la suplencia a pulso por entrenar mal o estar fuera de peso. Luego se inició una campaña de desprestigio, insinuando que era el "topo", filtrador de noticias del vestuario a la prensa, y hasta asaltaron la vida privada del capitán midiendo cada frase de su pareja, la periodista Sara Carbonero.
De aquellos barros vienen estos lodos y sumándole la salida de Diego López del club este verano, y la titularidad indiscutible de Casillas, el desenlace era cuestión de partidos. Porque el Real Madrid tendrá su examen habitual esta temporada y su capitán uno particular en el que tiene poco que ganar. Si a eso se le suma que no atraviesa su momento más dulce y que ha encajado seis goles en los siete últimos disparos a puerta, todo se pone en su contra.
CLIMA DE GUERRA CIVIL
Así, en este clima de guerra civil en el madridismo, Casillas dio un paso al frente tras ser señalado por su afición como el principal culpable de la crisis de resultado de su equipo. Dio la cara tras el derbi y hasta se excedió de humildad en su autocrítica. "Me siento culpable", asintió. "Cuando esto llega hay que saber encajarlo, entrenar mucho más para cambiarlo. El público es soberano y sabio para opinar".
Los errores de Casillas han sido los mismos durante su dilatada carrera. Falta de confianza en el juego aéreo y flojo cuando el balón pasa por sus pies. Ahora es castigado por ello y nadie recuerda la cantidad de virtudes que le hicieron ser nombrado seis años seguidos mejor portero del mundo. Su agilidad, los reflejos bajo palos, sus mano a mano, las paradas salvadoras. El santo que parece haberle abandonado.
Ante el Basilea será titular porque Ancelotti sí sigue confiando en él. Incluso quiere acabar con un debate que le agota. "He decidido no hablar más de porteros", dijo tras catorce meses aguantando un debate que cambia de nombres pero en el que Casillas siempre está de trasfondo.
Entrenador y compañeros han respaldado al capitán en la ciudad deportiva. Y saldrá al Bernabéu a reencontrarse con un público diferente al de Liga, sintiendo más presión que nunca y con el deseo de realizar alguna intervención que haga resonar de nuevo el "Iker, Iker, Iker" que antes le dedicaban en cada partido.