Roca Rey pincha su consagración en Las Ventas

Las tardes de clavel en San Isidro sacan a relucir la mayor de las escorias de la Tauromaquia. La división entre el aficionado que paga más de 60 tardes al año y el público que concibe el festejo como una suerte de gin y yang de felicidad que no acepta la exigencia. Ayer se vivió una situación vergonzosa, con media plaza girada en contra de unos pocos que, en la grada del 6, mantienen vivo ese halo de rigor y criterio. Mientras creían oportuno que Manuel Escribano diese ese paso adelante que cambia el toreo vulgar por el rotundo, el imponente astado de Adolfo Martín descubrió los muslos del torero y le propinó una cornada grave y aparatosa de 25 centímetros.

Escribano no terminó de acoplarse a una embestida codiciosa y siempre a más. Lo cual no implica que sea el aficionado el que tenga la culpa de la cornada o, mucho menos, que se alegre del percance. Tan necesarios son toreros como el sevillano, con un concepto alegre y valeroso, como los habitantes de la grada del 6 y del tendido 7. Como Ábalos y Díaz Ayuso, o el rey emérito Juan Carlos de Borbón. O José Bono, en el tendido. Ni de derechas ni de izquierdas, ni cañí ni del Perú. La fiesta no es de nadie, por mucho que la sensación etílica de inmunidad que padecen algunos les haga creer portadores de la verdad absoluta. Cuatro niñatos que sueltan burradas no representan la voz de la afición de Madrid. Por desgracia, también hay que apuntarlo, la baraja de noveles indocumentados crece y tiene su germen en esa grada, la más barata de la plaza. No se confundan.

Polémicas aparte, el encuentro. Roca Rey y Madroñito, de Adolfo Martín. Un señor toro y un emperador del toreo coronado con 22 años. El poderío mayestático concentrado en 183 centímetros. Faena de mano baja, sometimiento y supina electricidad. Madrid, como loca. Ya nadie le puede echar en cara aquello de su carrera "domecqsticada". También se lo ha hecho a los grises. A su primero no lo quiso ni ver, tampoco aquello merecía la pena. Pero ese sexto desgranó la tauromaquia seria del peruano. Ni un alarde de juventud. Todo consistencia de torero maduro. Con Roca todo parece fácil, incluso blanquear la casta. Salvó la papeleta Adolfo y puso Andrés el membrete de figura del toreo. Se tiró en la suerte contraria a matar, solo él sabe por qué, y pinchó. El estoconazo a la segunda tiñó la plaza de blanco. El presidente Gonzalo J. de Villa Parro, que sigue sin dimitir, no atendió la petición. Roca Rey saludó la ovación y se ahorró la vuelta al ruedo. Le queda otra tarde el 15 de junio.

El otro actuante fue el valenciano Román, que cuajó la obra más redonda de su carrera. Enfrente, Mentiroso, un toro para salir disparado a hombros de Madrid. El techo técnico de Román no le dio para tal hazaña, pero sí para sacar ese toreo encajado y profundo que también alberga su concepto. Estuvo firme y utilizó el valor en pro del toreo y no del artificio. Hubo derechazos y algún natural rotundo. Se tiró a matar como si fuese el último toro de su carrera. Una oreja cortó que, a decir de verdad, no es de peso, porque el toro daba para más. Aun así, reconforta ver este nivel en Román, que tiene aún margen de mejora.

La corrida sirvió al completo en su segunda parte. Tres toros que bien hubiesen valido una triple puerta grande. Escribano pagó con sangre, Román fue el triunfador numérico y Roca Rey consolidó su puesto de número uno. Esta tarde, toros de Alcurrucén para David Mora, Paco Ureña y Álvaro Lorenzo.

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