Dejad que os presentemos a Walter Mitty. Tiene una vida que se imagina porque la real no le gusta.
Para muchos no es difícil de entender. Al pobre Mitty le manejan a su antojo su madre, que es para un ratito, su jefe, que es para dos, su prometida y la mamá de su prometida, pero como el muchacho es de buen carácter y tiene ganas de agradar, en lugar de poner las cosas en su sitio, prefiere soñar con una vida mejor; tal vez imposible, pero que sin duda, le hace sentir mejor. Claro que cuando la ficción y la realidad se entremezclan todo es posible. Esta es la mejor película del siempre infravalorado Danny Kaye.
Quien no haya fantaseado más de una vez con vivir otra vida que arroje la primera piedra. El problema de Walter Mitty está en que, porque la magia existe y el cine así lo demuestra, sus sueños afectan de manera directa a la realidad que le rodea, y no parece que sus relaciones personales mejoren por ello, sino todo lo contrario. Pero un buen día sus fantasías oníricas se van a tropezar con una misteriosa mujer perseguida por unos ladrones de joyas y que le va a alborotar la vida al simpático de Mitty que se va a encontrar haciendo complicados malabarismos para que no se tropiecen las vidas del pusilánime que todos piensan que es y la del héroe que guarda en su interior y que está deseando emerger.
La historia de este título legendario, de esta comedia fantástica, tiene recorrido. Se basa en un relato corto del humorista James Thurber publicado en 1939, inspirado en otro anterior de tal alcance, que hasta generó una palabra nueva para designar a personas más bien inútiles que se pasan el día enredados en ensueños heroicos, sin prestarle demasiada atención a la realidad. La palabra “mitiesco”. Jack Warner, el poderoso productor, la utilizó en su autobiografía para hablar del mismísimo Errol Flynn. Para asegurar la jugada y que no se perdieras en ningún momento el tono divertido del relato se contrató a Norman Z. McLeod.
Considerado como uno de los mejores cineastas de comedia del momento, ayudó a cimentar la aureola de los legendarios hermanos Marx, en dos de las películas más memorables del grupo: “Pistoleros de agua dulce” y “Plumas de caballo”. Pero su carrera no había hecho más que comenzar y su camino le llevaría a cruzarse con el más elegante de todos los cómicos, Cary Grant, del siempre hábil e interesante Harold Lloyd, del patoso más simpático de aquellos días: el inagotable Bob Hope o el siempre adorable Danny Kaye que fue el elegido para interpretar al protagonista en la de esta noche.
David Daniel Kaminsky, nacido en Brooklyn en 1913, salió gracioso y espabilado y no tardó en destacar sobre las tablas. Allí lo descubrió para el cine Samuel Goldwyn, mientras el altísimo pelirrojo interpretaba un número increíble en el musical “Lady in the dark” titulado “Tchaikovski”, donde encadenaba en una sola frase musical un enrevesado listado de compositores rusos a velocidad de vértigo, dando la impresión de no respirar. Se convertiría para él en “la marca de la casa”.
Ya en Hollywood, de la mano de Goldwyn debutó, treintañero, en “Rumbo a oriente”, una comedia musical con trasfondo militar, en plena guerra mundial. El éxito fue inmediato y a ella le seguirían “El asombro de Brooklyn”, también musical y “Un hombre fenómeno” y “La vida secreta de Walter Mitty”. Todas junto a Virginia Mayo. La última se convertiría de hecho en su filme emblemático y el que le convirtió en una estrella de lista “A“. Hombre comprometido – tras su simpática fachada había mucho más -, viajó a Washington junto a John Huston, Gene Kelly y la pareja formada por Humphrey Bogart y Lauren Bacall, viajó a Washington para oponerse a la “caza de brujas”, lo que hizo que su prometedora se resintiera un tanto, aunque al poco ganó el Globo de Oro como mejor actor cómico, realizando un doble papel en la Riviera y del brazo de la siempre bellísima Gene Tierney. No se puede pedir más. O sí. Celebrar unas blancas navidades de increíble éxito en todo el mundo junto a Bing Crosby y Rosemary Clooney, la tía cantante de George. La Academia de Hollywood, barruntando que, por la ligereza de sus trabajos, no era fácil que fuera candidato al premio al mejor actor, por la singularidad de su carrera, le otorgó una estatuilla honorífica en 1955. Recibió otra, por su labor humanitaria como embajador de Unicef, poco antes de su muerte en 1987 a la edad de 74 años. Gran parte de sus últimos trabajos los realizó en el teatro y la televisión donde obtuvo su propio show que se mantuvo en antena más de una década. A lo largo de su carrera apenas hubo lugar para los papeles dramáticos pese a que su amigo Laurence Olivier, con el que mantuvo una relación sentimental a lo largo de varias décadas, le animó a probar suerte. Lo hizo al término de su vida profesional. En 1981 interpretó a un superviviente del Holocausto en la película para televisión “Skokie“. Sin embargo, aquel Hollywood que había sido con él tan generoso, no le otorgó el Globo de Oro al que estaba seleccionado, por su emocionante interpretación. Eran ya otros tiempos, en los que sus éxitos al lado de la siempre exuberante Virginia Mayo, habían quedado muy atrás. Ella, de hecho, ya estaba jubilada por aquel entonces.
Perfil Virginia Mayo “Los mejores años de nuestra vida”
Chica bien descubierta en una agencia de talentos, curvilínea, de belleza clásica y buen tono general, se hizo mundialmente famosa de la mano de Danny Kaye y gracias a varias comedias románticas y musicales en la que siempre era doblada, de excelente recuerdo. Pero también dejó huella, especialmente, en el cine de aventuras, donde aparecía bellísima en rutilante tecnicolor y siempre en muy buena compañía. Y también en el drama. Curiosamente, fue de los pocos intérpretes de “Los mejores años de nuestra vida”, que no obtuvo candidatura al Oscar, pese a que, a su retrato de ambiciosa y malcarada esposa no se le podía poner un pero. Y a la novia del gángster Cagney, al rojo vivo, tampoco. En cualquier caso, cuando dejó de salir en las películas, empezó a coleccionar millonarios como si no hubiera un mañana.
Les acompaña un grande, aunque ya en el tramo final de sus años estelares. Ni más ni menos que el legendario Boris Karloff, el actor que se escondía detrás del espeluznante monstruo de Frankenstein. Uno de los mayores iconos del cine de terror, que se encargó de turbar a las audiencias durante décadas dejando su sobrecogedora huella para la historia.
Y como todo gran éxito que se precie, a poder ser con un personaje central que justifique la presencia de una gran estrella, “La vida secreta de Walter Mitty” conoció su nueva versión, ya bien entrados en el nuevo milenio. Y seguramente contiene la mejor interpretación de la carrera de ese tipo tan espabilado pero que ha construido su propia prisión entre los muros de la comedia irreverente, llamado Ben Stiller. Buscó un cambio de tercio que no le salió bien en taquilla, pero que resultó muy agradable de ver.