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El Metro de Madrid se inauguró el 17 de octubre de 1919 y el encargado fue, nada más y nada menos, que el mismísimo Alfonso XIII. Contaba con tan solo una línea y con 8 estaciones, aunque el proyecto preveía una novena: Tirso de Molina. La línea única desplazaba a los viajeros desde Cuatro Caminos hasta la céntrica Puerta del Sol y lo hacía por un precio de 15 céntimos.

El encargado de diseñar la estructura de nuestro suburbano fue Antonio Palacios. Su objetivo era hacer las estaciones tan bonitas para que la gente perdiera el miedo a viajar bajo tierra. De hecho, este genio de la arquitectura decidió recubrir las bóvedas del metro con azulejos de color blanco, para que los pasajeros tuvieran una sensación de amplitud. Toda una ilusión óptica que acabó por conquistar hasta a los más escépticos.

En un principio, y lejos de las modernidades que podemos encontrar hoy en cada boca, las entradas se compraban a taquilleras, mujeres que no podían estar casadas pues si no debían abandonar sus puestos de trabajo. Y no fue hasta la década de los 70, cuando se instalaron las primeras máquinas de venta automática.

Además, nos adentramos en la estación fantasma. ¿Quieres saber por qué se la denomina de esta forma? Dale al play y no te pierdas ni un solo detalle.