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A lo largo de los siglos, la monarquía española ha ido manteniendo distintas propiedades que utilizaba según la época del año y sus necesidades. El palacio de Aranjuez era uno de estos sitios, a donde venían "en primavera para aprovechar el buen clima de la zona, favorecido por el Jarama y el Tajo", nos cuenta Isabel García-Velasco, presidenta de la AMPHG.

El arquitecto Juan Bautista de Toledo comenzó las obras del real sitio, pero Gerónimo Gili le tomó el relevo y, a este, Juan de Herrera. Aunque siguieron un diseño original, cada monarca quiso dejar su sello: "Felipe V quería un estilo más francés, Carlos III uno italiano, etc.". Sin embargo, l edificio conserva muchos elementos de la arquitectura de los Austrias, como la combinación del ladrillo con la piedra blanca y la pizarra en las cubiertas.

El elemento diferencial de este palacio estaba en los jardines. "Querían dominar la naturaleza y crear un palacio en medio de un vergel", explica Isabel. De hecho, la idea de Carlos V era la de crear el primer jardín botánico con las plantas que venían de América.

Los Borbones hicieron de Aranjuez su palacio de recreo particular y quisieron imitar el estilo de Versalles: construyeron avenidas adornadas con estatuas, fuentes, cascadas... convirtiendo el jardín en un salón más de palacio.

Uno de los jardines más emblemáticos de Aranjuez es el Jardín de la Isla, que se encuentra en una isla formada por las aguas del río Tajo. Aquí los Borbones celebraban fiestas increíbles y navegaban en falúas, majestuosas embarcaciones con una ostentosa decoración.