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Un vecino de Torrelodones, José, denuncia vivir un auténtico calvario desde hace casi tres años a raíz de un caso de inquiokupación. Según relata, los inquilinos de su vivienda dejaron de pagar el alquiler a los pocos meses de entrar y acumulan ya una deuda cercana a los 32.000 euros.

En la vivienda reside una mujer de unos 70 años, junto con su hija y dos nietos menores. El propietario afirma que, pese a las continuas reclamaciones, la inquilina niega deber nada. “Encima tiene la cara dura de decir que no debe nada a nadie. Y nos debe casi 32.000 euros”, lamenta José.

El afectado recuerda que al inicio confió en las referencias que le proporcionó la inmobiliaria, donde incluso le aseguraron que la inquilina contaba con varias nóminas y un buen aval. Sin embargo, asegura que pronto comenzaron los retrasos con excusas como los costes de la mudanza, hasta que finalmente dejaron de pagar.

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“Pensamos que era mejor tener la casa alquilada y ayudar a alguien, y ahora resulta que nos está destrozando la economía familiar”, señala con impotencia.

El propietario denuncia que, además de perder los ingresos del alquiler, ha tenido que asumir durante un tiempo gastos de suministros como luz, agua y gas, además del pago del IBI.

“Esto es el mundo al revés. Yo no puedo entrar en mi casa porque me arriesgo a ir a la cárcel, y ellos viven gratis”, denuncia.

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La situación se ha vuelto aún más dura para la familia de José, ya que su esposa está enferma de cáncer y lleva casi un año de baja. La falta de ingresos, sumada a los gastos médicos y universitarios de su hija, agrava el impacto económico y emocional de este caso.

“Llevo más de cuarenta años trabajando y ahora me pasa esto. Es muy injusto, nos está destrozando”, afirma con desesperación.

El propietario asegura haber contratado a un nuevo abogado para incluir en la denuncia también a la hija de la inquilina, que reside en el piso y figura empadronada en la vivienda. Mientras tanto, agradece el apoyo de la alcaldesa de Torrelodones, Almudena Negro, que se ha comprometido a estudiar la posibilidad de eximirles del IBI de los últimos años.

A pesar de todo, José observa con frustración cómo, cada mañana, la inquilina y su familia desayunan tranquilamente en una pastelería cercana. “Me cruzo con ellos y pienso cómo pueden tener tan poca vergüenza. Esto está destrozando a una familia normal del pueblo, de toda la vida”, dice.