Your browser doesn’t support HTML5 audio

(Actualizado

Nos faltan dedos en las manos para contar los toros que han dejado la vida de manera gratuita en este San Isidro. Podría ser esta rebautizada como la feria del Toro, porque lo del bombo ha evidenciado que falta inventiva y que la suerte -la peor- siempre la tienen los toros. Es inexplicable que ante tanta entrevista, declaración, > con mensajito de Paulo Coelho y demás historias no haya por lo menos 50 figuras del toreo. Todos están en el mejor momento de su carrera, todos van a ir a Madrid para cambiar la moneda y absolutamente todo el escalafón entrena a diario por si a Simón Casas le da por llamar para coger un sitio en Las Ventas. Y la afición, como se lo traga todo, confía y espera que alguien le sorprenda de nuevo. Luego llega el chasco y, en fin, la culpa es del que protesta por no satisfacer sus expectativas después de pagar la entrada.

Y entre tanto, esos ganaderos que han criado durante cinco años a un toro y ven que le toca en suerte a tal o cual torero. Garabito I se llamaba el tercero de ayer, de la ganadería del Puerto de San Lorenzo. Los apellidos numerarios ordinales tienen el beneplácito de la fortuna isidril. El año pasado fue Cuba II, otra maravilla de toro bravo que también se marchó entre sollozos. ¿Vueltas al ruedo? Para qué, si el toro no importa. Ayer, ese Garabito I surcó la arena con un ritmo para hacer el toreo soñado. Ese que se hace con un paño en la cocina. Esa forma de torear que tenemos en la mente y de vez en cuando decimos: >.

Pues ese fue el prototipo de toro para llevar a la plaza lo que se entrena a diario de salón. Ritmo, humillación, cadencia y amejicanada codicia. López Simón le imprimió un temple superlativo en el prólogo de la faena, pero en lugar de cuajar pocas y largas tandas, se afanó en dar dos y el de pecho. Un quiero y no puedo. Al natural, dos o tres lapazos exquisitos del torero de Barajas, que ha depurado su concepto y sería oportuno que continuase por ahí. Pero al final, la cabra tira al monte. Espaldinas, bernadinas y una serie de pases horribles que ni aun así eran capaces de descomponer la suprema calidad del ojalá emérito Garabito I. En una de esas bernadinas fue el toreo volteado de fea manera.

Un déjà vu constante. López Simón y las collejas madrileñas. Y para colmo, la nueva suerte de matar que arrebata al julipié el primer puesto en la escala de fealdad. Un esperpento que anuló cualquier tipo de cariño posterior hacia el torero. El toro no le ayudó nada, también es cierto. Aun así, las formas fueron más que circenses. Tirándole la muleta literalmente al suelo, se medio desplomó el torero en la cara del toro sin fuerza, fe ni rotundidad. ¡Y lo hizo dos veces! Dos pinchazos para no volver a una plaza de toros. Y lo que es peor, con el runrún de las dos orejas en el ambiente. La mejor versión muletera de López Simón se difuminó ante semejante cuadro. Esperanzas hay por tanto en recuperar al madrileño. Valor le sobra.

Volvían a Las Ventas tras sendas puertas grandes Antonio Ferrera y Miguel Ángel Perera. El viento condicionó sus trasteos, no más que sus toros, que tuvieron el motor escaso para tratar de justificarse. Un toro únicamente para hacer olvidar una mala corrida. Un toro para recordar que sin figuras del toreo, la fiesta involuciona. Y no será por falta de material y de predisposición de las plazas.

Esta tarde regresa Ferrera, que trenza su tercer y último paseíllo como Ginés Marín. Completa la terna el riojano Diego Urdiales, con el recuerdo de aquella tarde de otoño aún en la memoria. Lidiarán una corrida de Alcurrucén.

Julio Martínez.