Con la virilidad sin paliativos de Gary Cooper y John Wayne en auge, Cary Grant introdujo un nuevo concepto de hombre ambiguo, irónico y elegante que, desde las tramas de Hitchcock a las mejores comedias de Howard Hawks, mantuvo el encanto hasta su muerte, acaecida hace ahora 25 años.
En una de sus comedias más célebres, "Luna nueva", de 1940, el actor decía: "La última persona a la que escuché decir tal cosa fue Archie Leach una semana antes de que se rebanara el cuello".
El tal Leach no era sino él mismo, pues con ese nombre nació en Bristol en 1904 en un barrio de clase baja. Y su asesino también era él mismo, pues se reinventó en 1931 en un galán que representaba la quintaesencia de la sofisticación llamado Cary Grant.
Apadrinado en sus primeros años de carrera por mujeres de carácter como Mae West o Marlene Dietrich, Grant pronto se emancipó de las faldas de las grandes para emerger como una figura única en su especie: simplemente él mismo. "Es lo más difícil que hay para un actor: interpretarse a uno mismo", decía.
¿Pero quién era exactamente "él mismo"? ¿Qué quedaba del pobre Leach y qué quedaba del irresistible Grant? ¿Interpretaba más en el cine o en la vida pública? "Todos quieren ser como Cary Grant", le dijeron en una entrevista. "Yo también", respondió él. Y su biografía es como una de sus películas más famosas, "Atrapa a un ladrón". Un juego del gato y el ratón entre Archie y Cary.
Se casó cinco veces porque decía: "Cuando estoy soltero quiero casarme y cuando estoy casado quiero estar soltero". Sin embargo, más que explícitas son sus fotos compartiendo chalet en Hollywood con otro galán, Randolph Scott, hasta que el estudio cortó por lo sano porque los rumores sobre su homosexualidad corrieron como la pólvora.
Scott no sobrevivió a las lenguas viperinas y se tuvo que conformar con papeles secundarios, pero Grant mantuvo intacto su estatus de estrella. Bien es cierto que su carrera justificaba su permanencia pese a la crónica rosa, que también hablaba de su adicción al LSD o de sus trabajos como espía para los ingleses durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero, hiciera lo que hiciera de puertas para dentro, sus argumentos de peso eran clásicos en todo tipo de géneros: las aventuras de "Gunga Din" o "Solo los ángeles tienen alas"; el suspense de la mano de cuatro filmes con Alfred Hitchcock, entre ellos "Encadenados" y "Con la muerte en los talones", o el drama en las dos únicas interpretaciones que le acercaron al àscar: "Un corazón el peligro" y "Serenata nostálgica".
Pero su terreno más fértil fue sin duda la comedia, con títulos legendarios como "La pícara puritana", de Leo McCarey, "La novia era él", de Howard Hawks, o "Arsénico por compasión", de Frank Capra.
Quizá por eso era considerado antes un rostro popular que un verdadero talento por los académicos de Hollywood, pero tamaña miopía fue compensada con un àscar honorífico en 1969, tres años después de su retirada, tras la cual por fin pudo cumplir su deseo de ser padre.
El coqueto Cary Grant no quería envejecer ante las cámaras y lució su palmito, su 1,90, su gesto pícaro y su acrobática evasión de la masculinidad convencional hasta aquella comedia olvidable llamada "Apartamento para tres".
"Hollywood es como un tranvía. Una vez que una nueva estrella sube a bordo, una vieja se tiene que ir por la puerta de atrás", explicaba el actor. Y razón no le faltaba: en vez de enrolarse en esas películas de Agatha Christie plagadas de viejas glorias, decidió, probablemente, resucitar a Archie Leach en su vida alejada de las cámaras.
Su alter ego, Cary Grant, ya había hecho currículum. Había seducido a las dos grandes Hepburn de la historia del cine -Katharine y Audrey, a la que siempre describió como su favorita-, a Ingrid Bergman y a Sofía Loren, a Grace Kelly y a Joan Fontaine. Y había trabajado, además de con los ya citados, con George Stevens, Joseph Leo Mankiewicz, Stanley Donen y Blake Edwards.
"Todo el mundo me dice que he debido tener una vida apasionante, pero a veces pienso que solo ha consistido en problemas de estómago y en interpretarme a mí mismo", diría a modo de epitafio. El 29 de noviembre de 1986 una hemorragia terminaba con su vida. Con la de Cary Grant y con la de Archie Leach.