El diestro extremeño Alejandro Talavante cortó la única oreja de la corrida de hoy en San Isidro, después de remontar con mucha convicción una tarde condicionada por la mansedumbre y el genio de los toros de Fuente Ymbro y el molesto viento que condicionó su lidia en muchos momentos.
FICHA DEL FESTEJO:
Cinco toros de Fuente Ymbro y uno de Buenavista (1º, sustituto de un titular devuelto por invalidez). En conjunto, y sin excepción, la corrida desarrolló mansedumbre en distintos grados, reflejada en el genio y la aspereza con que se defendieron ante los engaños antes de reajarse. El sobrero, tuvo mejor condición.
Diego Urdiales, de azul rey y oro: estocada delantera y dos descabellos (gran ovación tras dos avisos); estocada (silencio).
Miguel Ángel Perera, de verde hoja y oro: pinchazo y estocada trasera caída y atravesada (silencio); pinchazo y estocada trasera desprendida (silencio tras aviso).
Alejandro Talavante, de azul añil y oro: estocada (gran ovación tras petición de oreja); estocada (oreja tras aviso).
Entre las cuadrillas, saludaron en banderillas Juan José Trujillo y Curro Javier.
Decimotercer festejo del abono de la feria de San Isidro. Lleno de "no hay billetes" en tarde ventosa.
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LA FE MUEVE A LOS MANSOS
Se iba ya la tarde por el despeñadero, del mismo modo que, tras unos pocos muletazos de tanteo, se fue el sexto derechito haciaa las tablas, sin gana alguna de pelea con Alejandro Talavante. Pero, cuando todo parecía perdido, la fe y la convicción del extremeño tornaron la desilusión en un bien ganado triunfo.
Se le iba también la feria al extremeño, después de dos actuaciones anteriores en las que había podido dejar sólo una muestra, y de qué calibre, del gran momento por el que atraviesa. Y para poder redondearla tuvo que volver a sacar agua de debajo de las piedras, tal y como le sucedió en su primera actuación con el bronco toro de Cuvillo al que también cortó un apéndice.
En este caso, Talavante decidió que la renuncia del manso en el refugio de las tablas no significaba el fin de la lidia, sino que desde ese momento puso todo su empeño para fijarlo en la muleta y, pase a pase, serie a serie, fue construyendo con una generosa apuesta una obra insospechada apenas minutos antes.
Con suavidad y paciencia, no sólo convenció al rajado manso sino también a un público ya decepcionado pero que acabó por pedirle y conseguirle esa oreja después de que Talavante rematara su alarde de fe con una estocada de tan lenta ejecución como la que cobró en el tercero, del que también mereció un trofeo que no obtuvo.
Fue ese otro de su lote un astado que embistió con una extraña y acusada descoordinación de movimientos, doliéndose aparatosamente a cada esfuerzo, o bien encogiéndose de riñones o soltando cabezazos a la muleta del torero de Badajoz, por mucho que éste intentara conducirle con suavidad.
En uno de esos intentos, aguantando siempre flemático la desconcertante embestida, el toro se le quedó a la altura de la faja y le prendió secamente, aunque sin que el percance llegara a mayores. Aun así, y a pesar de molesto viento, siguió Talavante insistiendo para robarle algún pase más de calidad y tirarlo por tierra de ese soberbio espadazo ya reseñado.
Muletazos de clase hubo también en la faena de Diego Urdiales al sobrero de Buenavista, que tuvo fuerzas y voluntad de repetir las arrancadas pero se movió con cierta descoordinación y torpeza, tal vez motivadas por su propia construcción física.
En una primera parte del trasteo, el torero riojano faenó para equilibrarlo y, una vez con el toro asentado, ligar después dos soberbias series de naturales, con gusto en las formas y temple en los vuelos de la muleta, más otra redonda por la derecha, por mucho que el toro no terminara de rematar por completo las embestidas.
El único defecto fue que, en su empeño por amarrar el triunfo, Urdiales alargó de más la faena, que, con el toro ya menguado, bajó así de nivel para quedarse sólo al de una fuerte ovación.
Ni el segundo del torero de La Rioja ni el lote de Miguel Ángel Perera tuvieron mayores opciones. Los tres mostraron un comportamiento similar, pues apenas tuvieron inercia para seguir la muleta media docena de pases antes de ponerse a soltar tornillazos con creciente violencia.
Perera estuvo obstinado y muy férreo con los suyos, pero no logró sacarles apenas nada lucido en dos faenas que tuvo que abreviar casi forzosamente cuando los de Fuente Ymbro terminaron de rajarse, que fue pronto.