Sexta corrida de feria con la plaza cubierta en más de las tres cuartas partes de su aforo, en tarde de viento racheado y con lluvia desde la lidia del quinto. Las complicaciones de varios toros y las condiciones meteorológicos obligaron a la terna a hacer un notable esfuerzo que, finalmente, no tuvo ningún premio tangible.
FICHA DEL FESTEJO:
Seis toros de Puerto de San Lorenzo de buena y seria presentación, todos con finas hechuras. De juego dispar, fue bravo el segundo, encastado el cuarto y noble el quinto. El resto mansearon en varas y desarrollaron complicaciones y genio en el último tercio.
El Cid: estocada y descabello (silencio); pinchazo, estocada tendida y descabello (silencio).
Daniel Luque: pinchazo y estocada trasera (silencio); estocada trasera (silencio).
López Simón, que confirmaba la alternativa: cinco pinchazos, estocada tendida y descabello (gran ovación tras aviso); dos pinchazos y estocada tendida (silencio).
Buenas bregas de los banderilleros Antonio Manuel Punta y Abraham Neiro.
CUESTA ARRIBA
Ya desde el primer toro, la tarde se puso cuesta arriba para la terna de ayer en San Isidro. Y más para el confirmante López Simón, que, en el que debería haber sido su primer muletazo como matador en Las Ventas, se llevó una durísima voltereta.
Citando para un estatuario, el toro se le vino incierto, pero el joven espada aguantó sin moverse hasta sufrir un aparatoso golpe. Pero, tras recuperarse junto a las tablas, el percance no le arredró para irse de nuevo al toro y citarlo en los medios con las dos rodillas en tierra.
La serie de derechazos que vino a continuación tuvo la emoción del valor y la de la estética, pues el madrileño le ligó varios pases templado y largos al toro sin levantarse de la arena. Y vibró el tendido venteño ante lo que sólo fue un espejismo, pues el de Puerto de San Lorenzo no volvió a embestir ni una sola vez con la misma claridad. López Simón aguantó con firmeza los arreones de un toro acobardado, a pesar también de que el viento también empezaba a molestar.
Aunque pinchó varias veces, el torero de Madrid escuchó una fortísima ovación, en la única recompensa que el público iba a tributar en toda la tarde. Pero volvió a merecerla también con el sexto, un toro manso y violento al que en una faena larga aguantó, con un firme y paciente valor, docenas de tornillazos con el ruedo convertido en un barrizal.
El toro de más calidad y nobleza fue el segundo, el único que empujó de verdad en varas, pero el desdén y las protestas de parte del público por una falta de fuerzas no tan evidente del animal llevaron a El Cid a ahorrarse tiempo con él.
En cambio, el sevillano sí que se empleó a fondo con el cuarto, que tuvo una embestida encastada y picante que no permitía relajaciones. Consciente de que había que someter esas fuertes y ásperas arrancadas para no ser desbordado, El Cid lo toreó siempre con la muleta muy baja.
Tres series de pases con la mano izquierda y dos con la derecha tuvieron mando y firmeza de plantas, en un esfuerzo que, paradójicamente, apenas fue valorado por una plaza que en otros momentos cantó a este torero actuaciones mucho menos meritorias.
Pinchó El Cid a ese toro, antes de la estocada, en el mismo momento en que sobre Las Ventas se desataba la tormenta y empezaba a caer un fuerte aguacero.
En esas condiciones se enfrentó Daniel Luque al quinto, un toro noblote y soso, con el que anduvo fácil y templado, pero sin lograr que la gente se desprendiera de los paraguas.
Luque había hecho ya su mayor esfuerzo con el tercero, al que toreó templadamente a la verónica y con el que, como en otros turnos, se lució con valor en el quite.
La faena de muleta iba para nota cuando la abrió en los medios toreando directamente al natural, pero al cambiarle de pitón el toro comenzó a desarrollar un áspero genio defensivo que obligó al sevillano a fajarse muy en serio para salir airoso del empeño, sin que nadie tampoco se lo agradeciera.