El papa Francisco celebró hoy un misa por los mártires del siglo XX y XXI en la que recordó especialmente la situación que viven los refugiados que huyen de la guerra y que, en ocasiones, son internados en verdaderos "campos de concentración".
El pontífice argentino, con tono apesadumbrado, recordó una experiencia personal durante su visita a Lesbos en abril de 2016 y que hoy le sirvió para ilustrar las difíciles condiciones de quienes se ven obligados a huir de la barbarie en sus países.
Fue el caso de una cristiana asesinada por los terroristas a causa de su fe y del que supo por el testimonio de su esposo, un musulmán de unos treinta años al que conoció en Lesbos, donde se encontraba junto a sus tres hijos tras huir de su país.
"Me miró y me dijo 'padre yo soy musulmán, mi mujer era cristiana, y a nuestro país llegaron los terroristas. Nos preguntaron por la religión. Vieron el crucifijo y le pidieron que lo tirara. Ella no quiso y la degollaron delante de mí", recordó.
Francisco reconoció que desconoce si el hombre y sus hijos siguen en el campamento o si, por el contrario, fue capaz de salir de lo que calificó de "campo de concentración".
"Los campos de refugiados, muchos son de concentración por la cantidad de gente dejada allí. Los pueblos generosos que los acogen deben llevar adelante ese peso. Porque los acuerdos internacionales parecen más importantes que los derechos humanos", criticó.
Sus palabras fueron improvisadas, pronunciadas al margen de la homilía que llevaba preparada y en la que denunció que numerosas comunidades cristianas son perseguidas actualmente por "el odio", promovido por el diablo.
El acto, organizado por la Comunidad de Sant'Egidio, tuvo lugar en la basílica romana de San Bartolomé, en la isla del río Tíber, que desde 2002, por deseo de Juan Pablo II, recoge el testimonio de los mártires contemporáneos.
Jorge Bergoglio accedió a la basílica y, tras besar la cruz, pemaneció unos instantes rezando en pie ante un fresco que recuerda a los mártires del siglo XX bajo el título "A través de la gran tribulación".
Posteriormente comenzó el acto, de gran simbolismo y que Francisco ofició ataviado con una estola roja del sacerdote caldeo Ragheed Ganni, asesinado en la ciudad iraquí de Mosul.
Se escucharon los testimonios de los allegados de algunos cristianos asesinados por su fe, como el caso del pastor luterano Paul Schneider, que murió en 1939 en el campo de concentración nazi de Buchenwald, donde nunca cejó en su empeño de predicar.
También se recordó al sacerdote francés Jacques Hamel, degollado el pasado julio por dos supuestos yihadistas cuando celebraba misa en una iglesia de Normandía.
Por último se rememoró al joven salvadoreño William Quijano, conocido por su empeño en ofrecer a los jóvenes de su país una alternativa a las maras (pandillas) mediante el proyecto "Escuela de la paz", hasta que fuera tiroteado en 2009, a la edad de 21 años.
Su amigo y compatriota, Francisco Hernández, lo recordó como un joven "con el corazón dilatado por la esperanza" y señaló que "su culpa fue soñar un mundo de paz", a lo que nunca renunció.
Una vez concluida la ceremonia, Francisco pasó por cada una de las capillas de esta iglesia, que recuerdan a los cristianos caídos durante el nazismo y el comunismo, en la Guerra Civil española, en los genocidios en África, en las persecuciones en Asia y Oriente Medio y por la violencia y los golpes de estado en Latinoamérica.
Francisco se reunió después en un local anexo al templo con algunas familias de refugiados llegados a Italia gracias al programa de corredores humanitarios de la Comunidad de Sant'Egidio, entre ellas algunos niños que le obsequiaron con dibujos.
Además el papa bendijo una pequeña escultura de madera con forma de paloma proveniente de una antigua iglesia de la ciudad siria de Alepo, bombardeada durante el asedio y que fue situada en el altar que recuerda a los mártires de Oriente Medio.
De este modo Francisco puso fin al acto y, al abandonar el templo, se dirigió a las personas que le esperaban y aclamaban a sus puertas para volver a hacer hincapié en el drama de los refugiados, instando a la solidaridad y a su acogida.
Ya que, en su opinión, las sociedades con bajo nivel de natalidad, "que no hacen hijos", incurren en un "suicidio" cuando deciden cerrar sus puertas a los inmigrantes.