Morante reivindica en Ronda la esencia del toreo

  • Sale a hombros por la puerta grande, tras cortar tres orejas entre los seis toros que lidió en solitario en la tradicional goyesca

En el marco perfecto, en la bicentenaria plaza de piedra de Ronda, Morante de la Puebla reivindicó hoy la esencia del toreo y salió a hombros por la puerta grande, tras cortar tres orejas entre los seis toros que lidió en solitario en la tradicional corrida goyesca.

FICHA DEL FESTEJO.- Toros de Juan Pedro Domecq, de creciente cuajo y trapío según salieron al ruedo y todos de buenas hechuras. En conjunto, corrida de medido juego, sin ningún toro completo y alguno con ciertas complicaciones.

Morante de la Puebla, como único espada: estocada atravesada (ovación); estocada (oreja); estocada honda desprendida y trasera (dos orejas); estocada honda caída (silencio); media estocada (ovación tras dos avisos); y tres pinchazos y estocada trasera (gran ovación).

Entre las cuadrillas, saludaron en banderillas Alejandro Sobrino y Paco Peña.

La Maestranza de Ronda se llenó por completo, en tarde de nubes y viento racheado.

EL TOREO, MÁS ALLÁ OREJAS

Entre las piedras de la plaza "de los toreros machos", que dijo el poeta de Ronda, y justo allí donde hace más de dos siglos Pedro Romero marcó sus pautas fundamentales, Morante de la Puebla reivindicó la esencia del toreo más allá de las orejas.

Fueron sólo tres los trofeos que paseó el sevillano de una corrida de Juan Pedro Domecq que no tuvo ningún toro completo que le facilitara las cosas. Pero su puro concepto de este arte se elevó sobre cualquier otra circunstancia para dejar momentos imborrables en la memoria de los aficionados presentes en la ciudad del tajo.

Vestido elegantemente de goyesco -seda color añil con pasamanería negra, faja y pañoleta rosas- y acusando sólo en su delgadez los efectos de la grave cornada de Huesca, Morante pudo hacer poco con el primer toro de la tarde, el más terciado y el más deslucido de los seis.

Pero fue ya en el segundo, que apenas sangró en varas, cuando se vio la verdadera base de la deslumbrante tauromaquia del diestro de la Puebla: el valor. Un valor descomunal para pasarse por la faja con absoluta naturalidad, sin crispación en la figura ni tensión en sus muñecas, las inciertas embestida de ese toro.

Nunca quiso entregarse el de Juan Pedro Domecq, ni obedecer con claridad a su muleta, pero aun así acabó resignado a la determinación y el puro temple de Morante, que todavía lo mató de una estocada fulminante.

Porque sólo el valor puede sustentar el toreo más caro y hondo, el que se hace a compás y con ajuste, con la sencillez de las cosas realmente importantes. Y esa fue precisamente la clave de su faena al tercero, la mejor de las seis

Con éste pudo por fin Morante romperse con el capote, uno de sus puntos fuertes, sobre todo en un quite por verónicas rematado con una media de frente soberbia que hizo estallar a la plaza en un alboroto de palmas por bulerías.

Y aunque el toro se quedaba corto, acusando, este sí, un fuerte puyazo, Morante clavó las zapatillas en la arena para traérselo una y otra vez enganchado a pulso y lentamente en los vuelos de la muleta, en un alarde de seco y auténtico valor.

La banda acompañó este esencial despliegue de torería con unos emocionantes solos de clarinete, que daban ritmo de paso de Semana Ssanta a la pasión concentrada de Morante sobre la arena y que tuvo el premio de dos valiosas orejas.

No hubo más trofeos en el resto de la corrida, pero tampoco hicieron falta. Morante abrevió con el cuarto, que se apagó como una vela a las primeras de cambio, y volvió a fajarse de verdad con el quinto, reservón y amenazante, y que por eso mismo le dio problemas para matarlo.

Pero en el sexto el valiente se dio al arrebato del artista, ya desde que lo recibió con una larga cambiada de rodillas. Siguieron después otras entregadas verónicas y un barroco quite por chicuelinas. Y, aún más, un tercio de banderillas protagonizado por el propio Morante, que lo cerró con una estampa de añejas tauromaquias: citó sentando en una silla de anea para clavar un par de banderillas cortas al quiebro que puso la plaza como una caldera hirviente.

Pero, como un jarro de agua fría, tras un par de trincherazos monumentales, el "juanpedro" se negó a seguir embistiendo e impidió que la fiesta terminara a lo grande.

Al final, salía Morante por la puerta grande y nadie se movía de su asiento, saboreando la miel pura del toreo y con ganas de probar más.