Dos de las primeras figuras del momento, como son El Juli y Alejandro Talavante, no han justificado hoy tal condición en una cita tan trascendente como la de Bilbao, con una actuación anodina y displicente ante una corrida de Domingo Hernández que les permitió, sobre todo al primero, mayor lucimiento.
FICHA DEL FESTEJO:
Seis toros de Domingo Hernández (el primero con el hierro de Garcigrande), de gran volumen y de juego desigual. Manejables en general, salvo el reservón y violento sexto; varios resultaron sosos por su medida raza, pero tercero y cuarto destacaron por la mayor entrega y profundidad de sus embestidas.
El Juli, sangre de toro y oro: media estocada trasera desprendida (silencio); pinchazo, estocada caída trasera y descabello (ovación con algunos pitos, tras aviso).
Alejandro Talavante, de negro y azabache: estocada baja (ovación); estocada desprendida y dos descabellos (pitos).
José Garrido, de grana y oro: pinchazo en los bajos y estocada delantera (ovación tras aviso); estocada chalequera (silencio).
Sexto festejo de abono de las Corridas Generales, con algo menos de dos tercios de entrada (unas 9.000 personas), en tarde nublada y con rachas de viento.
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IMPROPIOS DE SU FAMA
Ni en las taquillas, con apenas dos tercios del aforo cubiertos, ni en el ruedo justificaron hoy El Juli y Alejandro Talavante su fama y su prestigio de figuras del toreo en la feria de Bilbao.
Y no tanto por culpa del ganado -pues ambos tuvieron toros con mayores o menores opciones- sino por su grisácea actitud durante toda la tarde, impropia de su categoría y de una cita de la importancia de esta decisiva feria de primer nivel.
El Juli cumplió su segundo paseíllo en el abono sin que se le atisbaran mínimanente ni aquella determinación ni la férrea ambición que le lanzaron al estrellato desde que era casi un niño y que le han mantenido en primera fila durante dos décadas.
Aunque estuvo ya anodino y destajista con el insulso pero manejable primero de su lote, la verdadera decepción con el maestro madrileño llegó con el cuarto, que fue, con diferencia, el mejor toro de la voluminosa corrida de Garcigrande.
El musculado ejemplar alió ya descolgando y embistiendo con celo a los capotes y mantuvo tal comportamiento, ya más pagado, hasta el final de su lidia, pero el caso es que El Juli nunca apuró sus virtudes, sino que lo toreó a medio gas, desplazando hacia afuera las embestidas y sin poner ni en los cites ni en el trazo de los pases esa mínima entrega que merecía el noble y claro animal.
Dio la impresión, incluso, que el veterano diestro intentó tapar tales virtudes a ojos del público durante en un trasteo de altibajos técnicos, en el que sólo calentó al tendido con las fruslerías con que lo remató antes de matarlo saliéndose de la suerte.
Talavante, por su parte, se encontró en primer turno con un toro bastote y alto que se movió sin clase pero sin ponerle en ningún apuro a lo largo de la que fue una amontonada e intrascendente sucesión de pases sin fibra, ni mando ni alma.
El público aplaudió tibiamente tal alarde de inane cantidad, pero llegó a enfadarse seriamente cuando contempló la displicencia con que el extremeño, como de trámite, se manejó ante el soso quinto, con el que cortó por lo sano sin ningún rubor.
Ante tal renuncia de las figuras, José Garrido, el espada más joven del cartel, se encontró el ambiente a favor para haber repetido un triunfo -como los del pasado año en esta misma plaza- que, por una u otra causa, tampoco llegó a alcanzar.
Lo tuvo más a mano con el tercero, el otro toro de buena condición de la corrida, al que ligó varias series de naturales y derechazos en las que, por encima de otras consideraciones, primó su firmeza de plantas y su voluntad de llevarlo toreado con la mano baja.
El único error de Garrido fue alargar un punto de más el trasteo hasta provocar que el toro, pasado de faena, se incomodara y no le facilitara las cosas a la hora de meterle la espada, lo que acabó por enfriar los ánimos de la gente.
Así que, tras perder esa oportunidad de triunfo y después de que los veteranos le dejaran todo campo abierto para llevarse la tarde, Garrido salió a por todas con el sexto.
Dos largas afaroladas y varios lances de rodillas fueron su declaración de intenciones ante el que iba a ser el peor toro de la corrida, con una reservonería que se traducía en bruscas oleadas cuando se le obligaba a embestir, como sucedió cuando arrolló a su banderillero Manuel Larios cuando lo bregaba en el segundo tercio.
El joven extremeño intentó meterlo en vereda, con mejores resultados por el lado diestro, aunque no acabó de conseguirlo en un medido esfuerzo que remató de un feo sartenazo, tan indigno como la propia y nublada tarde de toros.