El joven diestro extremeño Ginés Marín, que cortó sendas orejas a su lote, salió a hombros al final de la corrida de hoy de la feria de Fallas, en una tarde condicionada por el deslucido juego de los descastados y flojos toros de Juan Pedro Domecq.
FICHA DEL FESTEJO:
Cuatro toros -el primero como sobrero- de Juan Pedro Domecq, uno de Parladé (sexto) y otro, también sobrero, de Vegahermosa (segundo), que sustituyó a un titular devuelto por inválido. Muy desiguales de volumen, trapío y cuajo, los anunciados carecieron, en general, de raza y fuerzas, aunque el tercero y quinto tuvieron cierta duración y resultaron manejables.
Enrique Ponce, de negro y oro: media estocada tendida y descabello (ovación); estocada honda caída (silencio).
Cayetano, de azul añil y azabache: estocada tendida trasera y dos descabellos (silencio); estocada desprendida (oreja con petición de la segunda).
Ginés Marín, de canela y oro: estocada delantera desprendida (oreja tras aviso); estocada (oreja). Salió a hombros.
Entre las cuadrillas destacaron la brega de José Antonio Carretero y los pares de banderillas de Iván García, Joselito Rus y Mariano del Viña.
Noveno festejo de abono de la feria de Fallas, con lleno total en los tendidos en tarde primaveral.
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Otro joven salva los muebles
Desde que el primer toro fue devuelto a los corrales por su falta de fuerzas, se olía que la tarde estaba abocada al desastre. Y si tanto ese como el siguiente, aún más endeble y afligido, tomaron el camino de vuelta a los corrales siguiendo a los cabestros, los seis que finalmente se lidiaron tampoco ayudaron a salvar el honor de la divisa.
A la corrida de Juan Pedro Domecq, muy dispar en su volumen y en su cuajo, le faltó raza y fondo en su conjunto, por mucho que alguno se sostuviera mejor en la arena y aún tuviera suficiente duración para hacer valer mínimamente su manejable nobleza.
Fue a esa escasa virtud a la que se agarraron tanto Ginés Marín, que salió a hombros, como Cayetano, al que se concedió una oreja, para ponerle algo de argumento y sal a una tarde, en principio, de fiesta pero que parecía condenada al más absoluto vacío de contenido.
Marín tiró, claro, de su mejor arma, la frescura y la juventud, algo que durante esta feria ha sido argumento infalible para los discretos triunfos registrados. Y sobre esa base hizo una faena correcta y limpia al primero de su lote, un toro que fue a más y del que sacó lo más lucido de mitad en adelante, con unas buenas series de naturales y un remate con clásicos ayudados hacia los adentros.
El trofeo que le abrió la puerta grande lo obtuvo del sexto, el de mayor peso y seriedad de la corrida, gracias al empeño y la fibra que puso para sacar algo en claro de las medias arrancadas desclasadas del animal, antes de un final por apuradas bernadinas que terminó de caldear el ambiente.
En cambio, el toreo más templado de la tarde llegó de la mano izquierda de Cayetano, que si bien pasó apuros ante el descompuesto sobrero de Vegahermosa, se reposó también mediado su trasteo al quinto, un toro noble pero sin gran celo al que abrió faena con unos bullidores muletazos de rodillas fuera de contexto y estilo.
Pero la parte magra de su obra, la verdaderamente brillante, fueron unas cuantas series de naturales mecidos, citados con sinceridad y rematados de principio al fin del trazo, que, pusieron la nota de calidad en la ya remontada tarde y le valieron por sí solos la oreja que paseó.
Dos toros absolutamente desfondados de raza hicieron que Enrique Ponce, por mucha habilidad y ciencia que quiso poner en el trámite, tuviera una de las actuaciones menos lucidas en Valencia desde que tomó la alternativa en esta plaza hace ya 27 años.