Vuelta a la Universidad. A los abrazos después de un corto verano, al contrabando de apuntes, a los jardines de Ciencias de la información y a las cervezas de Filosofía.
Septiembre llega proclamando el otoño y llenando, de nuevo, el metro.
Ocho y media de la mañana. 11 de septiembre. Olores conglomerados de domingos resacosos. Entre codazos y pisotones, algún que otro bostezo. Legañas y ojeras con ansia de viernes. Enamorados versus indignados Y, sin embargo, algunos hicieron poema de ello.
La puerta se abre. Uniendo personas. (Tantísimas personas.) Y, a la salida, un famoso violinista, que suena, aunque ya no esté. Mientras en la calle Princesa un cartel grita “te quiero.”
Con café la espera siempre es más corta.
Seis horas después el cartel sigue intacto.
Marta no llegó… por el momento. Pero, mientras tanto el metro se aleja. Sin darnos cuenta que ese lugar y ese instante son la fuga de unión de miles de jóvenes y, sus sueños. Conversaciones intensas. Médicos, biólogas, enfermeros, dentistas, ingenieros y psicólogos. Profesores y astronautas. Periodistas. Comunicadores. Abogadas y juristas. Entre tanto, algún que otro escritor.
Y, ese momento de agobio, el reencuentro de todas las aspiraciones e inspiraciones que un día dominarán. 10 de la mañana. Un cálido olor a esperanza recorre los pasillos, espera, es la llamada del futuro.