Los científicos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) capturaron hace 57 años el espíritu apasionado de los grandes avances nucleares previos a la Guerra Fría, y lo encerraron en una cápsula del tiempo que no debía abrirse en mil años, pero que ha aparecido de forma inesperada con la construcción de un nuevo edificio.
La cápsula del tiempo, un cilindro de cristal que contiene documentos y objetos de la época, "nos transporta a un momento crucial de la historia científica, solo unos meses antes del inicio de la Carrera Espacial de la Guerra Fría", explicó hoy Deborah Douglas, directora de colecciones del Museo del MIT.
"Por favor, no abrir hasta 2.957 d.C", reza el letrero de la cápsula, que fue enterrada exactamente el 4 de junio de 1957 para conmemorar la apertura del centro Karl Taylor Compton, sede de un laboratorio pionero en investigación en electrónica, energía nuclear y computación.
Sin embargo, tan solo han pasado 58 años hasta que "esa especie de botella lanzada al mar" ha emergido de nuevo, durante la excavación para la construcción del nuevo edificio del MIT.
Faltaban escasos meses para el lanzamiento de Sputnik, el primer satélite puesto en órbita por la Unión Soviética que precipitaría el inicio de la Carrera Espacial, en plena Guerra Fría, y "los investigadores trabajaban por el futuro pero sin la presión del enfrentamiento directo y la amenaza de la seguridad nacional", dijo la directora de colecciones del MIT.
Fue uno de esos momentos que lo cambian todo: la política, la economía y la vida de los ciudadanos de todo el mundo, como atentados de París o los del 11S en Nueva York", comparó Douglas.
Mientras, el Instituto vivía su propia época dorada, "el presidente del MIT, James R. Killian Jr., fue llamado por el presidente de Estados Unidos, (Dwight) Eisenhower, para pedirle consejo por posibles amenazas", rememoró Douglas.
Por su parte, el profesor Harold "Doc" Edgerton investigaba en la conservación con gas argón, que permite larga conservación.
Sin embargo, Douglas denota "cierto humor" en el hecho de que se solicite esperar 1.000 años antes de volverse a abrir la cápsula del tiempo, ya que lo habitual en estos casos es que se haga un salto de dos o tres generaciones, es decir, de 50 o 70 años.
"El instituto es conocido por su seriedad y rigor científico pero también por estar abierto al sentido del humor. No digo que todo sea una broma, pero es del todo inusual que se pida esperar tanto tiempo para abrirlo", argumentó.
Esta hipótesis de "desenfado científico" queda corroborada por el material gráfico de aquel día de la inauguración del nuevo edificio, donde el presidente del MIT y su equipo exhiben sonrisas propias de una celebración, y donde habría lugar para hacer un guiño histórico.
No obstante, los protagonistas directos no pueden corroborar ninguna teoría, ya que el profesor Edgerton y el presidente Killian Jr. fallecieron, por lo que solo queda la esperanza de que con esta difusión mediática "aparezca alguno de los jóvenes investigadores que trabajaron por aquél entonces en el equipo, pero por ahora no ha salido nadie", se lamentó Douglas.
El actual equipo del MIT respetará la voluntad de sus antecesores y no abrirá la cápsula, sino que examinará su contenido a través del cristal, expondrá la pieza en el museo del propio Instituto y "está considerando volver a enterrarlo donde estaba, junto con una nueva cápsula que conmemore el nuevo edificio MIT.nano", sugirió.
"Para los países, los museos son cápsulas del tiempo. Pero los demás, instituciones y personas, se las han de construir. Quizá esta historia inspire a la gente a ir a su casa y hacer su propia cápsula del tiempo para congelar su legado y que lo encuentren sus sucesores", concluyó Douglas.
"Aprecio esta historia como un recordatorio de que la especie humana puede ser profundamente optimista, sea realista o no, es un tesoro porque nos da un soporte para los tiempos oscuros", valoró.