La feria de San Isidro, que arranca este martes en Las Ventas, viene a demostrar que, salvo la novedad del bombo, el ciclo sigue siendo un continuismo de ediciones anteriores, con la diferencia que este año hay más y destacadas ausencias, salvadas con algunos jóvenes revelaciones como Pablo Aguado o Juan Ortega.
Porque ni Manzanares, ni Morante, ni el retirado Talavante, ni Fortes, ni Cayetano, ni por supuesto José Tomás estarán en una feria que se sujeta con alfileres se mire por donde se mire, con carteles que la empresa ha tenido que rematar anunciando dos y hasta tres tardes a toreros de la zona media y baja del escalafón, que, por otra parte, tendrán su oportunidad de oro para dar el do de pecho.
Y como a perro flaco todo son pulgas, según reza el refrán, a Simón Casas se le cayó también a última hora otro de los pilares sobre el que se sujetaba el serial: Enrique Ponce. El valenciano sufre una gravísima lesión en la rodilla, una triada, que se dice en la jerga deportiva y que consiste en la rotura del ligamento cruzado, anterior y lateral de la articulación, una dolencia que requiere de, al menos, seis meses de inactividad para asegurar una total y satisfactoria recuperación.
Su puesto en la feria será ocupado por el Juli, contratado última hora con una cotización al alza y sin pasar el trámite del bombo, tratando de convertirle en uno de los salvavidas de una feria que, por otra parte, sigue siendo un año más excesivamente larga.
El que sí está es el torero de moda, el peruano Roca Rey, el único al que el gran público espera de verdad, el auténtico salvador del abono y con el que se espera que se cuelgue el cartel de no hay billetes en cada una de las tres tardes en la que hará el paseíllo.
Habrá que conformarse (que no es poco) también con ver a Diego Urdiales, el gran triunfador del año pasado; a Paco Ureña; a otros jóvenes esperanzadores como Ginés Marín, Álvaro Lorenzo, los confirmantes Ángel Téllez y David de Miranda, Javier Cortés o Gonzalo Caballero, o a viejas glorias como el Cid, que se despide de la plaza donde un día llegó a ser hijo predilecto.
Lo del bombo ha quedado en un segundo e, incluso, tercer plano.
Ya de por sí aportaba más bien poco, porque eso de sortear diez toreros con diez ganaderías, que, dicho sea de paso, eran las que normalmente solían matar de antemano en las ferias, no había generado ninguna ilusión entre el aficionado, que lo que realmente demandaba era un sorteo puro, es decir, todos los toreros y todas las ganaderías en dos bombos y que fuera lo que el azar quisiera.
Ver a una figura contrastada matando una dura hubiera tenido mucho más morbo; también el dar la oportunidad a un torero encasillado en ese tipo de corridas "toristas" de enfrentarse a una ganadería más cómoda, o simplemente el abrir mucho más los carteles, sin vetos ni exigencias, solo con la suerte por bandera.
Ahí hubiera estado el verdadero sentido de un sorteo que, lejos de ser reconocido como un éxito, no ha sido tal, ni mucho menos. Las figuras han hablado claro y por eso prácticamente ninguna hará el paseíllo este año en Madrid, y al final quien lo paga es el que pasa por la taquilla, que, por lo pronto, ya ha perdido cerca de 800 abonados con respecto al final de la pasada temporada.