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Está considerado como uno de los bosques mediterráneos mejor conservados de Europa y, de hecho, en el monte de El Pardo, a sólo cinco kilómetros del casco urbano de Madrid, residen algunas de las especies más emblemáticas de la fauna ibérica, como el águila imperial o la cigüeña negra.

Lejos del tópico, decir que el monte de El Pardo es "el pulmón" de Madrid tiene sustento científico, ya que se sitúa al noroeste de la ciudad, por donde entran precisamente los vientos frescos procedentes de la sierra y la montaña que "barren" las nubes de contaminación que se intentan aferrar al cielo de la ciudad.

El Pardo, que está incluido como Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) en la red europea Natura 2000, ha sido históricamente una finca de acceso restringido, un área de casi 16.000 hectáreas circundadas por una valla de casi 90 kilómetros que la han protegido durante siglos del furtivismo y que ha garantizado el actual estado de conservación, por el que vela el organismo público Patrimonio Nacional.

Aunque la mayor parte del monte de El Pardo está restringido al público, el plan de protección medioambiental permite compatibilizar la conservación de sus recursos naturales y el uso público, y existe una zona de unas 1.000 hectáreas abierta al público desde la que no es difícil contemplar el vuelo de las grandes rapaces o escuchar el sonido de la berrea.

Francisco Tomé de la Vega es ingeniero forestal en Patrimonio Nacional y una de las personas que mejor conoce los recursos naturales de este espacio y la gestión que durante siglos se ha hecho para salvaguardarlos.

En conversación con EFE, Tomé de la Vega se ha mostrado convencido de que ha sido precisamente "la unión de este monte con la historia, su vinculación a la Corona", lo que ha asegurado su conservación, ya que los reyes -y también Francisco Franco- han utilizado durante siglos el espacio como coto privado de caza.

El establecimiento de una zona reservada y las limitaciones al tránsito público han propiciado, según este ingeniero forestal, que ahora reúna, en un estado de conservación "excelente", algunos de los hábitats y de las especies que la Unión Europea está empeñada en proteger dentro de la red Natura 2000.

Por El Pardo campan miles de gamos, ciervos, jabalíes, gatos monteses, zorros, tejones, garduñas o ginetas, y el espacio lo sobrevuelan águilas imperiales, perdiceras, buitres leonados y negros, cigüeñas negras y numerosas poblaciones de aves acuáticas atraídas por el río Manzanares y por el embalse de El Pardo, que se han convertido en una importante zona de invernada y alimentación para muchas especies cuya distribución está ligada a ambientes acuáticos.

"Pulmón" de una gran urbe y acosada por ésta; así percibe Tomé de la Vega la relación entre el espacio natural y la ciudad de Madrid, y no oculta en este sentido, como una de sus principales amenazas, la presión que sufre El Pardo por varios de sus costados como consecuencia de la expansión urbanística e industrial.

El Pardo es un monte mediterráneo con una especie dominante, la encina, y con un tratamiento, el de dehesa, que es "perfectamente compatible" con la conservación de la naturaleza y con las especies que habitan en él, según este ingeniero forestal, para quien mantener el equilibrio actual sólo es posible "mediante la preservación y la limitación al público y al esparcimiento".

Pero El Pardo está salpicado -en la parte de acceso público- de numerosas sendas ecológicas y miradores que posibilitan el disfrute de esos recursos naturales a muy pocos kilómetros de Madrid, y varias organizaciones programan sendas guiadas para conocer esos recursos y hasta para escuchar el sonido de la berrea.

Catalogado como Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) desde 1987, la masas arbóreas de El Pardo (sobre todo encinas, pero también alcornoques, robles, quejigos, enebros o fresnos) están en "excelentes condiciones de conservación" y perfectamente adaptadas a los largos periodos de sequía propios del clima mediterráneo.

El ingeniero forestal Francisco Tomé ha incidido en que ha sido la histórica unión de El Pardo a la Corona la que ha permitido salvaguardar esta reserva ecológica y su diversidad biológica y evitar que el espacio haya sido absorbido por las presiones urbanísticas de la capital y de otras localidades madrileñas que se han expandido enormemente durante las últimas décadas.

Así, el uso cinegético de este espacio natural ha estado vinculado a los reyes desde el siglo XI; aparece citado en el Libro de la Montería que mandó escribir Alfonso XI en el siglo XIV -que enumera y elogia algunos de los mejores bosques y montes de la época-; bajo el reinado de Felipe II se determinaron, en el siglo XVI, su superficie y las zonas de protección, que han sido ampliadas con posterioridad, y Fernando VI mandó construir en el siglo XVIII la tapia que todavía lo rodea y protege.