Francisco de Collantes y Salaya nació en la localidad madrileña de Corpa en 1562. A los 20 años ingresó en la orden religiosa y militar de Montesa
Cuentan que don Francisco se casó tres veces, enviudó dos y durante toda su vida procuró hacer el bien al prójimo. Su familia abandonó Corpa con la extinción de las hidalguías pero él permaneció en el pueblo.
No marcharse con los suyos y la generosidad a la hora de gastar el patrimonio familiar en atender a los más necesitados parecen ser las razones de su muerte, que le sorprendió, y nunca mejor dicho, el 19 de octubre de 1626.
Ese día Francisco de Collantes y Salaya es asesinado a la puerta de su casa, según contaron las crónicas de entonces. "...Se llegó a él un loco de aquella villa que traía una aguja de coser esteras y se la metió por los riñones...".
El asesinato fue encargado por sus familiares que veían menguar su patrimonio por el continuo socorro del aquel corpeño a los pobres.
En las 'Relaciones de Lorenzana' del siglo XVIII que recoge Felipe Alonso en sus 'Misterios, anécdotas y leyendas de la Comunidad de Madrid', se cita este suceso de otra manera aunque con idéntico móvil.
Un hombre de Madrid, de oficio escultor, enviado por los familiares, finge ser pobre y es invitado por Collantes a comer. En un momento dado, le atraviesa el pecho con una gubia, cita Alonso en su obra.
El hidalgo de Corpa muere entre 18 y 24 horas después. Para esto también hay versiones distintas, pero en lo que sí se coincide es en señalar que perdonó a su agresor antes de expirar.
Las 'Relaciones' recogen que su cadáver, tras 50 años de sepultura, apareció incorrupto e íntegro el hábito con el que fue amortajado. "(...) y su cadáver permanece aún en la misma forma", dice este texto de finales del siglo XVIII.
Avanzamos hasta el siglo XIX . El cadáver aún seguía prácticamente intacto cuando el ejército francés decidió tirarlo desde el campanario de la iglesia de Santo Domingo de Silos de Corpa.
Los restos de Francisco de Collantes y Salaya se recogieron y se trasladaron a una urna con cristal para no tener que sacarlo y poder mostrar el estado de conservación.
Durante la Guerra Civil, cuenta Felipe Alonso, desapareció el arcón que estaba bajo el coro del templo y con él la momia de don Francisco que no ha sido encontrada nunca más.