El secuestro en Manila de 25 turistas en un autocar durante unas 12 horas concluyó con un baño de sangre en el que murieron al menos ocho personas, incluido el secuestrador, un ex policía expulsado del cuerpo que reclamaba su readmisión.
Siete rehenes murieron por disparos mientras que seis de los 15 que continuaban en el autocar cuando las fuerzas de seguridad consiguieron, finalmente, penetrar en el interior, salieron vivos, aunque al menos uno resulto herido grave.
Fuentes gubernamentales confirmaron que 17 de las 25 personas que inicialmente fueron secuestradas sobrevivieron, pero en medio del desorden, desconocían el estado de uno de los rehenes.
El secuestrador, Rolando Mendoza, de 55 años, murió al ser alcanzado por un disparo en la cabeza efectuado por un tirador con un arma de precisión, señaló un portavoz policial.
El ex policía que abrió fuego con su fusil ametrallador M-16 cuando los miembros de las fuerzas de seguridad llevaron a cabo el primer intento de penetrar en el vehículo, ubicado cerca de la plaza Rizal, uno de los lugares más visitados de la capital filipina.
Cerca de una veintena de agentes se situaron a ambos lados del vehículo y a mazazos rompieron la luneta delantera al mismo tiempo que trataban de abrir a la fuerza todas las puertas.
La Policía identificó al sospechoso como Rolando Mendoza, un antiguo inspector con el grado de capitán que fue apartado del cuerpo en 2008 tras verse implicado en un turbio asunto de robo y extorsión con drogas de por medio.
Mendoza exigía que se le absolviera de los cargos que pesaban contra él y su readmisión en el cuerpo, del que le quedaba sólo un año para jubilarse y cobrar una pensión.
Durante la tensa jornada, las autoridades policiales indicaron que confiaban en resolver el secuestro por la vía de la negociación ya que, según precisaron, Mendoza dio dado señales de buena voluntad al poner en libertad a nueve de los rehenes.
Tres mujeres y tres niños fueron liberados en un primer momento por el ex policía y una hora después, el secuestrador liberó a otro rehén, un hombre de avanzada edad que dijo ser diabético, y al que dejó ir a cambio de que las autoridades suministrasen agua y alimentos.
Más tarde fueron puestos en libertad otros dos rehenes filipinos, el guía-intérprete y un fotógrafo, Danilo Negrín, de 64 años, mientras que el tercer integrante filipino del autocar, el chófer, logró huir después del primer tiroteo y salió ileso.
Al inicio de la negociación, el secuestrador colocó una cartulina en una ventana del autobús en la que escribió las condiciones para poner en libertad a los rehenes, y que incluían la de que debía ser absuelto por la defensora del Pueblo de Filipinas de los cargos que le imputaban.
Mendoza también colocó en el autobús mensajes escritos en pequeños trozos de papel dirigidos a los agentes desplegados en la zona, mientras que mantenía breves conversaciones con la Policía por medio del teléfono móvil del conductor y con los negociadores policiales que se acercaron hasta el vehículo.
En uno de los mensajes que colocó en una ventana del autobús, el secuestrador advertía de que a las tres de la tarde hora local (7:00 GMT) finalizaba su plazo y que iba a ocurrir "algo gordo", aunque finalmente la violencia estalló más de cuatro horas después de expirara ese plazo.
El secuestrador se subió al vehículo cuando éste provenía del casco histórico de Intramuros y se encontraba a apenas 150 metros de una comisaría.
Según los datos policiales, el inspector Rolando Mendoza fue expulsado definitivamente del cuerpo el pasado enero junto a otros cuatro agentes por la Defensora del Pueblo de Filipinas
El ex inspector extorsionó hace dos años a un ciudadano filipino, Christian Kalaw, al que exigió 20.000 pesos (unos 444 dólares, 349 euros) por permitirle aparcar en un lugar prohibido, conducir sin licencia y consumo de drogas.
De acuerdo con el citado informe policial, el ex oficial y otros tres agentes obligaron a Kalaw a tragarse un sobre lleno de metanfetamina hidroclórida, una droga alucinógena de extendido consumo en el sudeste de Asia.
El Gobierno filipino consideró que lo ocurrido se trató de un hecho aislado y mientras rechazaba que el archipiélago sea un destino peligroso, las autoridades de Hong Kong advertían a sus conciudadanos de que no es seguro viajar a ese país.