El proyecto de construir un nuevo ascensor de cristal en la catedral de Milán, situado en el lado norte del Duomo, divide a los habitantes y políticos de la ciudad, sede de la Expo 2015, entre los que creen que esta nueva estructura atraerá más turismo y los que la consideran una barbaridad.
Este elevador, que se usaría durante la Exposición Universal, permitiría el acceso de los turistas a la terraza de la catedral desde un nuevo punto, donde, según explican sus responsables, "se podría incluso abrir un punto de avituallamiento para ofrecer refrigerios y proteger del calor a los visitantes".
"No sirve de nada que nos garanticen que el ascensor se desmontará cuando la Exposición cierre sus puertas. Es una obra inoportuna que no es compatible con la calidad artística y el valor del monumento", ha declarado a los medios el superintendente de Bienes Culturales de Milán, Alberto Artioli.
La opinión negativa de Artioli desde la proposición inicial del proyecto, hace tres años, es sin duda la que más peso tiene sobre la intervención y ha hecho encallar, hasta el momento, todos los intentos de seguir adelante con la misma.
El comisario de la Expo 2015, Giuseppe Sala, declaró la semana pasada durante la inauguración del museo de la catedral que esta actuación "sería una ocasión única para relanzar el turismo y hacer más atractivo el monumento", unas palabras que han dado aire fresco al ascensor y han rescatado al proyecto de su posible olvido.
A las declaraciones de Sala se han unido la voluntad del ministro de Infraestructuras italiano, Maurizio Lupi, y la acción diplomática del gobernador lombardo Roberto Maroni, que ha viajado recientemente hasta Roma para sensibilizar al ministro de Bienes Culturales, Massimo Bray, sobre las bondades de la iniciativa.